OPINION


Recuerdos de Navidad

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Por Adolfo Reid
Administración Pública

Cuánta alegría y tristeza nos embargó al leer, en el Diario Crítica, el día 24 de diciembre, el escrito de nuestro apreciado profesor Milciades A. Ortiz Jr, titulado Navidad todos los recuerdos de esos días dorados de nuestra juventud en ese barrio del Marañón, salieron a relucir: los patines de hierro que se tenían que ajustar a las zapatillas con ligas, hechas con tubo de llantas de carro, los "scooters" hechos de tucos de 2X4 con las ruedas de los patines del año pasado, las pistolitas de bala de salva, las figuras de plástico de vaqueros e indios, la recolecta para comprar la primera botella de vino Oporto (s�lo costaba 0.75 centavos), la música de Navidad interpretada por los combos nacionales y las orquestas latinoamericanos, la famosa chicha de "saril" bien fría con bastante jengibre, los olores entre mezclados de dulce de fruta hecha por alguna señorona jamaicana que el mismo invitaba a degustarlo calientito aunque después te doliera la "barriga", arroz con coco y guandú, el jamón (pavo brillaba por su ausencia).

Todos estos olores de comida ya no se sienten en la actualidad, debido a que en las barriadas se fomenta el distanciamiento de las casas (de la gente también) y las paredes de concreto no permiten que se filtren los olores, como se filtraban por las rendijas de la madera de esos humildes, pero hermosos cuartos en donde se habitaba y, en algunos otros casos, en la actualidad, estas ricas viandas son compradas en algún establecimiento comercial especializado en la materia.

De los juegos ni hablar, me acuerdo del gran reto que representaba bajar en patines la loma que iniciaba donde se encontraba el antiguo Hotel Tivoli (refugio de muchos gobernantes nuestros cuando tenían problemas políticos) hoy oficinas del Instituto Smithsonians y terminar justamente en la actual sede de la Fundación Omar Torrijos, esa bajada la llamábamos "La mata muerto" en la cual muchos nos quebramos algunos huesos, pero donde también nos divertimos.

Cabe señalar, que la hoy conocida, Calzada de Amador, antigua base "Gringa", sitio en donde no se podía llevar a los niños a montar bicicleta, ni patinar, ni caminar, entonces se cerraba desde la calle 22 (desde el semáforo del cruce de la plaza 5 de mayo hasta el cruce de la calle 12 de octubre, esquina con el Hospital Pediátrico) y a gozar todo el día (eso si muchos raspones, cabezas rotas y algunas fracturas de huesos). Esta práctica de cerrar las calles (no como los cuatro gatos que siempre cierran las vías públicas por cualquier tontería) se hacía en otras comunidades en donde habitábamos la gente pobre para que los niños y jóvenes disfrutasen de sus regalos de Navidad durante ese día.

Qué días, qué tiempos, cuántas alegrías, diversiones, cuánta nostalgia, abuelos que ya no existen, padres fallecidos, amigos olvidados, vecinos que vagamente recordamos, pero ante todo le damos gracias a Dios de vivir en un país de paz.

 

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