Hoy arranca formalmente el Carnaval. La ciudadanía busca un escape de los problemas cotidianos y de los escándalos y los sobresaltos políticos de cada día, para disfrutar del jolgorio.
Este año es el Centenario de la Fiesta de Momo, pero será quizás el festejo con menor respaldo oficial de las últimas décadas. La percepción de manejos irregulares en la contratación de artistas extranjeros pasados de moda que cobraban exorbitantes sumas de dineros por unas cuantas horas en tarima, fue el detonante para cerrar el grifo de la ayuda gubernamental que este año sólo fue de 200 mil dólares.
Para este año la fiesta retorna a la antigua ruta de la vía España, pero con un recorrido menor a un kilómetro. Los capitalinos no pueden esperar cosas extraordinarias. Unos limitados carros alegóricos, culecos y a lo mucho una decena de comparsas, es la oferta para el carnaval. La diversión y las ganas tendrá que ser el aporte de cada asistente.
En Panamá, en los inicios de la república, y hasta adelantada la mitad del pasado siglo, la fiesta de Momo fueron celebraciones de orgullo, donde se resaltaban las comparsas, polleras, disfraces y los carros alegóricos. Era la oportunidad para exponer belleza y destreza artística. Los más viejos recordarán el Carnaval de La Victoria celebrados poco después de la II Guerra Mundial, donde hubo un derroche inolvidable en las calles.
Pero desde hace décadas, el carnaval capitalino sufre un deterioro profundo y sólo hay nostalgia del esplendor de antaño. Los carnavales tableños mantienen su esplendor, pero hay insuficiencia de instalaciones y estructuras turísticas; y la población debe soportar intolerables comportamientos de algunos inadaptados que dejan desechos, excrementos y orines, en predios, patios y jardines locales.
Pedrito Altamiranda dijo una frase que encierra una gran verdad sobre los carnavales de la capital: "cuando no los improvisan son malos; y los improvisados son peores". Sin embargo, es nuestra fiesta y lo que se debe hacer es tratar de mejorar su planificación.