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Miércoles 6 de septiembre de 2000



Pobladores de para�sos

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Carlos Rey

El reino de Yucat�n del siglo XVI estaba poblado de ind�genas prudentes y ordenados -seg�n el informe de Fray Bartolom� de las Casas en su Brev�sima relaci�n de la destrucci�n de las indias-, pero plagado de espa�oles despiadados. Los ind�genas, por carecer de los vicios y pecados que m�s afectaban a los espa�oles, eran candidatos dignos de ser llevados al conocimiento de Dios. En cambio, a pesar de considerar el lugar �un para�so terrenal� en el cual los espa�oles hubieran podido construir grandes ciudades, el buen fraile estima que esos conquistadores no habr�an sido dignos de habitarlas debido a su tremeda codicia e insensibilidad. A Hern�n Cort�s lo describe como un tirano que llev� a su mando trescientos hombres a hacer crueles guerras en las que mat� y destruy� a un sinn�mero de ind�genas, mientras que a los ind�genas los califica de �gentes buenas, inocentes, que estaban en sus casas sin ofender a nadie�.

Es conveniente notar que en el juicio que emite tanto de los ind�genas como de los espa�oles, el padre de las Casas tiene raz�n ... en parte. Es cierto que los ind�genas americanos eran buenos candidatos para ser llevados al conocimiento de Dios, pero no porque su falta de vicios y pecados evidentes los hac�a dignos de ello. La Biblia dice sin rodeos que no hay nadie que merezca ese privilegio. Por lo mismo, si bien es cierto que, por su enorme codicia e insensibilidad, los invasores espa�oles no eran dignos de vivir en ese �para�so terrenal� de Yucat�n, no eran menos dignos de vivir en el para�so celestial de Dios que sus pobres v�ctimas indoamericanas. Es cierto que esto no parece que fuera justo, pero es porque la justicia divina no es como la humana: la una es perfecta; la otra, imperfecta.

La justicia divina determina que todos somos indignos porque todos somos pecadores. Por medio del sabio Salom�n asevera que �no hay en la tierra nadie tan justo que haga el bien y nunca peque�.2 Por medio de San Pablo afirma que �no hay un solo justo, ni siquiera uno�.3 Pero no deja sin salida al pecador. �Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen -contin�a el ap�stol Pablo-. De hecho, no hay distinci�n, pues todos han pecado y est�n privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redenci�n que Cristo Jes�s efectu�. Dios lo ofreci� como un sacrificio ... para as� demostrar su justicia.�4

San Pablo tiene toda la raz�n. Dios jam�s dispuso que ninguno de nosotros nos salv�ramos por nuestra inocencia ni por dejar de ofender a nadie, sino s�lo por el sacrificio de su Hijo, el �nico que jam�s pec�.5 Lo que s� dispuso es que todos los que reconozcamos que somos tan indignos como aquel malhechor que muri� crucificado al lado de Jesucristo, vivamos con �l en su para�so celestial.

 

 

 

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