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Hasta los refranes, muy en boga antaño en la región de Azuero, han comenzado a perder vigencia, y unos de éstos es el que dice "agua que no has de beber, déjala correr", ya que en estos días leí que el distrito de Macaracas, la zona más castigada tradicionalmente por la sequía, los productores apoyados con fondos del Programa de Pobreza Rural y Recursos Naturales han construido cerca de 20 abrevaderos o pequeñas represas para paliar un poco la falta del vital líquido durante el verano próximo.
La oportuna iniciativa de construir pequeñas represas y depósitos de agua, aprovechando la estación lluviosa, tiene que ir acompañada de acciones de reforestación y conservación de la capa vegetal, que ayuden a retardar el proceso de evaporación de los meses secos.
Igual se deben impulsar proyectos de siembra de árboles a orillas de los ríos, quebradas y las partes altas, para evitar el proceso acelerado de erosión a causa de las lluvias y los vientos que arrastran toneladas de tierra y piedra hacia el cauce de las corrientes acuáticas, contribuyendo al agotamiento de las fuentes originales.
Detener la práctica nociva de talar los árboles dejando al descubierto el suelo, es una responsabilidad que debe comenzar en las escuelas, en cuyas aulas, los maestros y profesores deberían explicarles a las nuevas generaciones de santeños, los graves costos que debieron pagar sus antecesores, quienes actuaron por desconocimiento de nuevas técnicas de explotación agrícola.
A la tala indiscriminada se suman ahora la contaminación de los principales ríos de la región, con la extracción de material pétreo y depósito de los desechos procedentes de porquerizas y actividades agroindustriales.
Insisto en la creación de un organismo mixto oficial-privado, con funciones de estudiar, promover y conservar los recursos hídricos en Panamá, o de lo contrario, acabaremos recorriendo el trágico y tortuoso camino de otras regiones del planeta, hoy castigadas severamente por la sequía. |
