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El barrio donde los vivos conviven con los muertos

Todos los días al salir de casa, Manuel García se topa en su puerta con el mismo paisaje tétrico: un panal de nichos, tumbas profanadas y moscas.

Por: Agencias -

Todos los días al salir de casa, Manuel García se topa en su puerta con el mismo paisaje tétrico: un panal de nichos, tumbas profanadas y moscas alrededor de un entierro fresco. Vive junto al centenario cementerio Santa Rosa. El camposanto, que funciona irregularmente desde hace más de un siglo, se ubica entre dos asentamientos humanos, y está mimetizado con las precarias casas y edificios del lugar. Allí viven 2,000 familias que tienen a este cementerio de 27,000 m2 compartiendo espacios con un colegio y un parque donde juegan los niños en las tardes. Considerado como un peligro para la salud pública, la municipalidad acaba de clausurarlo. Pero el alcalde ahora no sabe qué hacer con las 20,000 tumbas que alberga el cementerio, y tampoco tiene el presupuesto para cercarlo y evitar nuevos sepelios. “Es una amenaza para la salud pública y las personas corren riesgo de una epidemia”, sostiene Aldo Lama, director Regional de Salud, organismo que en 1998 ordenó el cierre del Santa Rosa por no cumplir con las condiciones de salubridad y seguridad. Diecisiete años después, le hicieron caso. Pero la población ya se ha acostumbrado a toparse con las tumbas a diario. Se las encuentran al ir a comprar el pan, al salir a tomar el ómnibus para el trabajo, al ir a colegio. La tumba de Zenobio Zea, por ejemplo, fallecido el 26 de enero de 1979, está en medio de las escaleras de acceso al asentamiento de los vivos. “Trafican con los muertos, los venden a las universidades”, dice una vendedora de golosinas de los alrededores. “No me preguntes mi nombre, acá nadie puede hablar, todos tienen miedo a los albañiles (que fabrican las tumbas) y sepultureros”, agrega, mirando temerosa a uno y otro lado. El olor en el ambiente es una mezcla de licor y desperdicios. Para poder subir hasta la parte más alta de los nichos hay que tener la habilidad de un malabarista. Y ahora que han ordenado el cierre del recinto, también tendrán que hacer las de Houdini para entrar. “Cómo vamos a visitar a nuestros familiares si nos impiden el ingreso”, se lamenta otra persona que tampoco quiere identificarse. El cementerio nació en 1912 en el cerro La Regla. Con el crecimiento de la ciudad, los terrenos baldíos de sus alrededores comenzaron a ser invadidos de forma desordenada, mezclándose con los nichos, que también empezaron a expandirse. Ocurre en la provincia del Callao, colindante con la capital peruana, Lima.

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