Arias Calderón, la patria antes que los aplausos

Por: Por Julio Bermúdez Valdés Especial para Crítica -

Ricardo Arias Calderón cumplirá 82 años el próximo 4 de mayo en medio de un delicado cuadro de salud, 21 años después que el mal de Parkinson hizo presencia en su vida. Denota fatiga y cansancio por los estragos del mal, pero no ha habido quejas en este periodo, pese a que se trata de una enfermedad que se sufre con lucidez, con conciencia de lo que sucede.

Presente en la vida pública por más de 50 años, se trata de un político panameño atípico. Nada le toca de lo que se pueda señalar a ciertos políticos de hoy: corrupción, juega vivo, oportunismo. Pese a provenir de la élite, renuncia a los privilegios que eso le aporta, descarta la posibilidad de ser parte de los partidos tradicionales y en 1964, después de la gesta del 9 de enero, opta por el pequeño Partido Demócrata Cristiano de capas medias, tras concluir que Panamá vivía una crisis en la que sobresalía el oportunismo liberal y el conservadurismo retrógrado.

Nacido el 4 de mayo de 1933, hijo de Ramón Ricardo Arias y Guadalupe Calderón de Arias, había regresado a ciudad de Panamá en 1961, 16 años después de cursar estudios secundarios y universitarios en la Culvert Academy y la Universidad de Yale, respectivamente, en Estados Unidos, y durante seis años y medio en Francia, dos de los cuales transcurrieron entre las congregaciones cristianas de los frailes dominicos y los monjes benedictinos.

Había llegado allí por recomendación de Jacques Maritain, el célebre ideólogo del pensamiento social cristiano de la Iglesia católica, a quien recurrió en medio del conflicto que vivía, entre el cristianismo heredado del hogar, la abrumadora cantidad de conocimientos que Yale le impartía y los rigurosos debates que sostenía con profesores y condiscípulos. La posibilidad sacerdotal que había contemplado en un inicio iba cediendo ante otra inquietud, que hasta sus propios compañeros de clase le adivinaban. "¿A quién quieres servirle: a la Iglesia o Panamá?", llegaron a preguntarle. Maritain le aconsejó tomarse un tiempo en el sur de Francia, visitar y convivir con los frailes dominicos. En este periodo, y en esos escenarios de Estados Unidos y Francia, se estructura su pensamiento y la ética de una conducta que lo va a caracterizar en el rol político y personal. Es heredero de esa tradición francesa que convierte al filósofo en un hombre comprometido.

En 1961, "…desde sus primeros días en la Universidad de Panamá, Ricardo se esforzará de manera creciente en la relación de sus formulaciones con una práctica política que siempre descartará los caminos fáciles, los beneficios personales o las alianzas cómodas en las coyunturas difíciles".

Pero una definición ideológica o una propuesta política no son, al menos en el caso de Arias Calderón, óbice para descuidar aspectos tan cruciales como los derechos de todos los ciudadanos, el respeto a la vida o de las garantías al libre pensamiento. En octubre de 1963, pese a ser un áspero crítico del marxismo-leninismo, se convirtió junto a Cecilia Alegre y Dulcidio González en las primeras voces que exigieron públicamente al gobierno de turno el esclarecimiento del asesinato del dirigente obrero comunista Rodolfo Aguilar Delgado.

En 1964, cuando tenía la posibilidad de formar en las filas del partido Liberal, a las cuales había sido invitado por su tío Ricardo Arias Espinosa, optó por el minúsculo Partido Demócrata Cristiano.

Esa capacidad para reconocer la posición que tomar será una de sus características sobresalientes. La asumió durante las elecciones de 1968, pese a la rivalidad histórica de su familia con el líder panameñista Arnulfo Arias. La Democracia Cristiana fue decisiva en el reconocimiento del triunfo de este ante las posibilidades de un fraude que se orquestaba desde el Gobierno. En un saloncito de la casa de Arias Calderón estaban, debidamente contabilizadas y refrendadas por contadores autorizados, las actas de los comicios que le correspondían al DC y según las cuales el triunfo era de Arnulfo. Para Arias Calderón la cuestión no era la posición per se, sino lo correcta de la misma.

Y eso lo va a ratificar en 1989, cuando pese a ser la figura emblemática del civilismo, la más sobresaliente y a la que por acumulación y prestigio le correspondía la candidatura presidencial de la alianza civilista en 1989, no dudó en sacrificar esa posibilidad y aceptar la primera vicepresidencia para mantener la unidad que consideraba necesaria para derrotar la propuesta de los militares.

En 1989, en los primeros días de la invasión norteamericana, como consta en una entrevista que le hiciera la cadena norteamericana CNN, Arias Calderón todavía consideraba posible una salida negociada con los militares que evitara una acción de mayores consecuencias. Pese a que una mayoría significativa de opositores favorecía una intervención militar de Estados Unidos en Panamá, Arias Calderón fue una voz disidente en ese aspecto. Meses antes de la invasión, en una reunión con mujeres civilistas, una dama le preguntó sobre su posición con respecto a esta acción y Ricardo le dijo que se oponía porque una acción como esa implicaría la muerte de mucha gente. Un abucheo siguió a sus palabras. Un año antes, en medio del turbulento ambiente que vivía el país, también había sostenido una reunión con el general Manuel Antonio Noriega, insuficiente como para detener el destino que le esperaba a Panamá.

La madrugada del 20 de diciembre de 1989, junto a Guillermo Endara y Guillermo Ford, asumía la dirección del país en calidad de primer vicepresidente. ¿Por qué? le preguntaron en una visita que hizo a la Universidad de Panamá en meses posteriores: "Porque si no lo hacíamos, seríamos además de un país intervenido, un país ocupado".

Nada tendrá de extraño, tampoco, que pese a los 21 años de lucha que desarrolló contra los regímenes militares, y las persecuciones de que fueron objeto él, su familia y sus copartidarios, en 2001 avalara una alianza con quien había sido rival frontal del civilismo, el Partido Revolucionario Democrático, en un acto que sorprendió tanto a sus seguidores como a sus rivales. La tarde del 24 de agosto de ese año, interrogado por este periodista durante el acto realizado en el hotel, entonces llamado Caesar's Park y ahora Sheraton, sobre el porqué de esa alianza, Arias Calderón diría: "porque el país no puede seguir siendo prisionero de su pasado, un pueblo no puede ser prisionero de su memoria, la memoria está viva, pero el futuro está abierto".

Desde 1968, Ricardo Arias Calderón se empeñó en una dura batalla por la democracia y contra los regímenes militares. En diciembre de 1999, cuando el Canal retornaba a manos panameñas como consecuencia directa del cumplimiento de los Tratados Torrijos-Carter, le pregunté cómo evaluaba el hecho y lo saludó como un panameño que había integrado las generaciones que habían luchado por ese objetivo. Era un sueño cumplido, me dijo, ante las cámaras de TVN. Entonces le dije que aquel objetivo había sido logrado por un hombre al que había combatido durante toda su lucha, el general Omar Torrijos. Dijo entonces reconocer el papel de Torrijos en el aspecto social y solo le reprochaba una cosa: "que no lo hizo en democracia".

De sólida formación académica y conducta intachable, Arias Calderón encarna la mejor tradición de lucha panameña por la democracia; no solo es un formulador, sino un hombre que encarna con su conducta lo que predica. Cada día que cada panameño disfruta de la posibilidad abierta de la palabra, de la manifestación pública, está presente su esfuerzo y su aporte.

El próximo 4 de mayo, cuando arribe a los 82 años, Ricardo Arias Calderón lo hará en medio de otra gran batalla, esta vez por su propia vida. No tengo dudas de que es un reto que, como en otros instantes, seguirá encarando con entereza y dignidad, aunque sea el más difícil de todos los que ha enfrentado.

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