Cerebros sin mierda

Cerebros sin mierda

Cerebros sin mierda

Por: Luis Batista/ Periodista -

Apagaron la inteligencia. Encendieron la estupidez y la brutalidad. Secuestraron nuestra televisión y se enquistaron en ella, ahora quieren colonizar tu mente, la de tus hijos y la de nuestro tejido social. ¡Son cerebros sin mierda!

Si eres del clan de los hipócritas impolutos religiosos y moralistas que se escandalizan por leer la palabra mierda, te advierto que este artículo no es para ti y te remito al diccionario de la Real Academia Española. Allá, la mierda existe, está definida y tiene uso aprobado.

Creo que eso lo tenía muy claro mi profesor de contabilidad Rodolfo Montero, quien, en una de las aulas del colegio Moisés Castillo Ocaña, lanzó su filosofía popular: “Hermano, cuando te digan que tienes mierda en la cabeza, no te indignes porque la mierda es abono, pero cuando te digan que no tienes ni mierda en la cabeza, entonces preocúpate porque ahí la cosa sí está seria”.

Esta frase, sacada de los recónditos rincones del cerebro -en donde se alojan las lecciones útiles para toda la vida- sirve para contextualizar la situación de vacío intelectual, nulo bagaje cultural y cero identidad que muestran los presentadores, periodistas, comentaristas, analistas, concursantes y cualquier otra especie que se le ocurra proyectarse en nuestra televisión. Ahí la cosa está más que seria, ¡son cerebros sin mierda!

Es justo reconocer que no son todos, no obstante, es necesario advertir que son pocos y alcanzan los dedos de dos manos para contar a aquellos que tienen materia gris en el cerebro y que con su trabajo y opiniones producen buenos elementos para educar, concienciar, culturizar y generar el juicio analítico y crítico de la audiencia nacional.

Nuestra televisión está invadida de muchos cerebros sin mierda que no hablan, sino gritan; tienen la autoestima tan baja que necesitan llamar la atención a como dé lugar, recurriendo a la chabacanería e imitando patrones foráneos. Alardean de una pésima dicción y no les interesa hacer el mínimo esfuerzo por corregirla; sufren del cáncer de la pobreza de léxico y tampoco quieren leer para salir de su miseria mental porque, en su chip cerebral, solo cabe proyectar la imagen hueca de carita bonita, músculos, tetas y nalgas inyectadas de esteroides, silicona u otras sustancias con las cuales pretendan llenar sus vacíos o acicalar sus inseguridades.

Hay cerebros sin mierda que recurren a usar su exposición en la televisión para granjearse un séquito exclusivo de fanáticos de las altas élites empresariales y políticas, con quienes buscan conexiones, escalar posiciones y obtener costosos obsequios que solamente podrían pagar con sus cuerpos.

Sus imágenes son explotadas por productores y dueños de medios de comunicación que elevan a estos cerebros sin mierda en la burbuja de una efímera y mal ganada fama; proyectada al resto de nuestra sociedad como ejemplos de “perseverancia”, “éxito” y dinero fácil para la juventud y las próximas generaciones.

Si hay una especie que practica el atrevimiento de la estupidez, son estos cerebros sin mierda; muchos de ellos, a sabiendas de que no tienen ni la aptitud ni la actitud ni los méritos, osan creerse seres que están por encima del común denominador; peor, piensan que por ser figuras de televisión se merecen pasos expeditos, tratamientos especiales y la venia cuando -fuera de las cámaras- se juntan con nosotros los mortales.

Son servidores -conscientes o inconscientes- de quienes gobiernan y de los poderes fácticos. Son elementos distractores para la masa popular, que le hacen olvidar lo que verdaderamente es vital para el desarrollo humano sostenible; son el circo sin pan sacado del coliseo romano, llevado a la pantalla chica y colonizando con su basura la mente de nuestra población, lo que la hace menos culta, menos analítica y poco crítica.

Esto es para “el que le caiga el guante que se lo aguante”. Esto es para los cerebros sin mierda.

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