¡Cuando nos queda poco tiempo!

¡Cuando nos queda poco tiempo!

¡Cuando nos queda poco tiempo!

¡Cuando nos queda poco tiempo!

¡Cuando nos queda poco tiempo!

¡Cuando nos queda poco tiempo!

¡Cuando nos queda poco tiempo!

¡Cuando nos queda poco tiempo!

¡Cuando nos queda poco tiempo!

¡Cuando nos queda poco tiempo!

¡Cuando nos queda poco tiempo!

Por: Juan Pritsiolas/Eliécer Navarro Crítica -

Cuando se acumulan las dificultades, sobre todo las enfermedades personales, de amigos o de conocidos, vemos más de cerca la fragilidad de la vida. Todo te puede cambiar en un instante, el paso entre la vida y la muerte es un suspiro.

Si quedan días, el tiempo es el enemigo. La mente se transforma, las prioridades cambian. ¿Se ha puesto usted a meditar qué haría en una situación como esta?

Una madre luchadora con una bebita enferma que descubre un mal que la puede llevar al más allá, un chico que ingresa a un hospital con una enfermedad terminal o un hombre de edad madura que es sometido a una operación que puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.

Son episodios verdaderos que he conocido esta semana, pero son escenas que enfrentan diversas familias en un momento determinado. Las dificultades nos cambian. Estar cerca de la muerte del cuerpo y del alma nos hace querer vivir para siempre. Nadie está preparado para ese viaje al más allá. Todos tenemos la esperanza de un milagro, ya sea divino o de la medicina, o de ambos.

La mente se activa más en ese momento y esa situación es como los sentimientos: no hay un “switch” automático para apagarla. Se trata de proyectar tranquilidad, pero en el fondo estás desesperado. Los pensamientos muchas veces te consumen más que la enfermedad. Los hombres lloran en silencio; las mujeres son más abiertas y rompen en llanto sin importar quién esté al frente.

Por más que la gente diga que no le teme la muerte, todos rechazamos ese momento que nos puede llegar en cualquier momento y para el cual nadie está preparado. Hay gente que compra anticipadamente un lote en el cementerio, pero más que una previsión para lo inevitable, es en todo caso una fórmula para no constituirse en una carga económica para la familia. Dolor y deuda son un bulto muy pesado para echarle a cuestas.

Cuando “Crítica” le preguntó al psicólogo Jesús Salas sobre cómo se trata la depresión en una persona con una enfermedad terminal, este recordó el caso de un médico joven con cáncer estadio 4 que llegó a su consultorio. El oncólogo le había dicho que tenía un año de vida.

"Estaba sumamente triste, pero igualmente molesto", cuenta Salas. "Estaba molesto porque era joven, porque se cuidaba, porque comía bien. No entendía por qué moriría y también le molestaba que no podía controlar la enfermedad".

En ese momento, Salas le preguntó: "¿Qué es lo que más te afecta?".

"El hecho de que voy a perder todo lo que tengo, principalmente a mi familia", contestó el paciente.

"¿Y cuál es el grado de conexión, de calidad de vida que tienes ahora con tu familia?", preguntó otra vez.

"Nula porque estoy todo el tiempo dándole vueltas a todo esto, maldiciendo, preguntándome por qué estoy en esta situación", fue la respuesta.

"Entonces ya te moriste", dijo Salas.

La frase le abrió las pepas de los ojos al paciente.

"Estás haciendo duelo por algo que te va a pasar en el futuro, pero de hecho ya te está pasando. Estás tan preocupado por perderlos que no estás anclado en el presente".

Entre las personas que viven ante la inminencia de la muerte, esta situación es frecuente, cuenta Salas, quien este fin de semana estuvo en Panamá participando en el XVII Congreso Latinoamericano de Análisis, Modificación del Comportamiento y Terapia Cognitivo Conductual (XVII CLAMOC Panamá 2016).

"Sucede que el paciente, sobre todo cuando es una persona que no es vieja o una persona que no está esperando morir, con frecuencia tiene no solo el duelo de lo que va a perder, sino también mucho resentimiento", nos comenta Salas.

Ese resentimiento puede manifestarse empujando a sus seres queridos fuera de su entorno. Se distancian de sus amigos, colegas y la propia familia, y cuando estos tratan de acercarse, chocan contra un muro de irritabilidad y groserías.

"Algunos abandonan la lucha, pero en realidad lo que hay es que mantener el apoyo hasta que la persona pueda superar su situación", explica.

Cómo ayudar

Uno de los tratamientos iniciales de la depresión es tratar de mantener al paciente ocupado, comenta la psicóloga Marjorie Martín de Arias, una de las organizadoras del congreso.

"Hay que retar esos pensamientos internos que lo están atacando", explica. "Hacerlo caer en cuenta de que se tratan de una distorsión que se ha creado en su mente".

En el plano familiar, hay que tratar de hacerle compañía y de darle tiempo de calidad, con el fin de hacerlo salir de su caparazón de dolor.

"Hay que hacerle ver que en el tiempo que le queda en la vida todavía puede hacer muchas cosas", agrega.

Esto fue reconocido por el doctor que se atendió con Jesús Salas, quien decidió que si solo le quedaba un año, lo viviría a plenitud. En una sesión posterior, le contó a Salas que al acercarse más a su familia, pudo incluso conocer que uno de sus hijos tenía un problema con las drogas. El mismo muchacho se lo había confesado porque ya no lo veía amargado y eso le dio confianza para hablarle.

"¿Y cómo terminó el paciente?", preguntamos.

"De hecho, este médico no se murió porque estaba sometiéndose a un tratamiento experimental contra el cáncer", afirma Salas. "Al final se salvó. Por ahí anda".

Le pregunté al colaborador Alex García: “Ey, ¿qué harías si te quedara poco tiempo?”. El hombre me responde: “Viajaría a Ecuador”. Otra compañera y yo nos miramos extrañados como diciendo ¿qué le pasa a ese loco?. “¡Es que tengo familia allá!”, aclaró García.

A Pedrito, otro amigo de respuestas jocosas, le pregunté lo mismo: “¡Xuxa, vivir lo que me resta de vida. Un buen ron, un buen habano y una mejor mulata!”. ¡A este la muerte le vale!

Larissa González ese tiempo se le dedicaría a sus hijos pequeños. ¡Familia es familia!

El acordeonista Osvaldo Ayala dijo que haría un recuento de lo vivido, sea bueno o malo, y buscar la sabiduría, lo fundamental es buscar a Dios. “Yo pondría todo en manos de Dios”, añadió.

Comería chocolates

Amanda Díaz, de la generación “millenium”, exclama que ella comería chocolate. “Si tengo plata, me voy de viaje. No importa si estoy gorda porque ya me voy a morir”. 

¿Cómo bregarías con una situación como esa?

“Sería difícil, pero trataría de disfrutar las cosas, la primera semana estaría en estado de negación y llorando, pero no le diría a nadie, ni a mi mamá, pues no quisiera dar lástima”.

Para el “Poste de Macano Negro”, Daniel Dorindo Cárdenas, si se ve venir la muerte, lo mejor es compartir de buena manera con la familia y todo el mundo. Lo mejor es resignación y entender que la vida es así. Estamos para crecer y después morir. El motivador José Luis Cedeño (Dindi) dijo que su propósito sería motivar a las personas. “Eso me haría muy feliz. Sería una situación difícil, porque no hay más tiempo, hay que tener paciencia y aferrarse a algo espiritual”.

Colaboración José Huertas

Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.