Panamá entre la xenofobia y la hermandad

Panamá entre la xenofobia y la hermandad

Panamá entre la xenofobia y la hermandad

Panamá entre la xenofobia y la hermandad

Panamá entre la xenofobia y la hermandad

Panamá entre la xenofobia y la hermandad

Panamá entre la xenofobia y la hermandad

Panamá entre la xenofobia y la hermandad

Panamá entre la xenofobia y la hermandad

Por: Juan Pritsiolas y Alex García/ Crítica -

Panamá ya parece un continente. Ya sea en cualquier avenida, el metro o autobuses, se escuchan toda clase de acentos de extranjeros que se confunden con el hablar de los panameños.

Una vez siendo Raúl Montenegro ministro de Gobierno exclamó que en Panamá en cada familia había un gay; ahora agrego yo: y también un extranjero. Haga una revisión en su entorno y así lo descubrirá.

La vida del inmigrante no es jardín de rosas. Por más dinero que se tenga, para nadie es fácil estar fuera de su patria. Vivir fuera de tu país, es como cuando se va un amor y solo quedan los recuerdos y la nostalgia. Panamá siempre ha sido un pueblo de puertas abiertas a la hermandad internacional, pero las cosas comienzan a variar.

Rafael Amor escribió una canción que es un himno para los inmigrantes, como “Patria” para los panameños: 

No me llames extranjero, que es una palabra triste

       

Es una palabra helada, huele a olvido y a destierro

       

No me llames extranjero, mira tu niño y el mío  

    

Cómo corren de la mano hasta el final del sendero

Durante la crisis de 1987-1989, muchos panameños salieron del país. Había toda clase de leyendas urbanas, de que muchos se fueron a Canadá a trabajar recogiendo manzanas; otros viajaron en busca del sueño americano, donde había que tener hasta tres trabajos para sobrevivir. ¡Eso no era vida!

Ahora, la grave situación económica y los conflictos internos de otros países hacen de Panamá un oasis para los extranjeros. Con el “boom” económico que disfrutó el Istmo durante la administración Martinelli, la presencia de extranjeros no generaba mayor rechazo, pero conforme declina la economía local, ya surge cierto sentimiento xenofóbico entre algunos sectores.

En lo personal, no temo a la competencia de extranjeros, porque sería como confesar mediocridad. El ser hijo de un griego que vino a Panamá huyendo a los efectos de la Segunda Guerral Mundial, quizás me provoque cierta subjetividad al abordar el tema.

A los panameños, en general, nos han tocado las cosas fáciles. Pocas veces la hemos pasado dura y eso afecta nuestra responsabilidad y disciplina. Así las cosas, un extranjero que sabe que tiene que sudarla para poder sobrevivir, se porta como un soldado a la hora de trabajar y se concentra en ello.

La queja ahora es que hay extranjeros que realizan determinada labor u ofrecen un servicio más barato que el local. Eso puede ser cierto, pero la gente busca, sobre todo, calidad a buen precio y en el tiempo convenido. No podemos hacer trabajos de mala gana y hacer las entregas cuando se nos antoje. Hay algo que se llama atención al cliente. Allí fallamos casi todos. Debemos ser autocríticos y reconocerlo: no tenemos cortesía.

Pero también se han dado choques con algunos venezolanos que no respetan que Panamá las abrió las puertas para acogerlos y no se miden al momento de lanzar expresiones que pueden herir el sentimiento nacional y provocan xenofobia y rechazo. Ya se han dado marchas –poco concurridas- contra el ingreso descontrolado de extranjeros.

La inmigración inicial fue básicamente de inversionistas y profesionales, pero ahora hay gente más humilde o quizás hasta preparada que ante la falta de empleo incursiona en los negocios informales o la buhonería.

Usted observa en las avenidas y predios de trasbordo de pasajeros extranjeros vendiendo quesos, tarjetas de celulares, frijoles, agua de pipa, chichas, legumbres, pan y cuanta cosa usted pueda imaginarse.

¿Será que a los panameños ya no les llama la atención la buhonería? No sé, pero está ocurriendo como en la década de los 90 cuando el negocio de las tiendas y kioscos quedó en mano de los asiáticos, que reemplazaron a los santeños.

Cifras

Entre legales e ilegales, el jefe de Migración, Javier Carrillo, estimó que hay 350 mil extranjeros. El año pasado ingresaron al país 3,048,790 ciudadanos de otros países, unos 254 mil mensuales. En el 2016 iban 2,521,838 hasta octubre, es decir, 252 mil cada 30 días.

De los extranjeros que ingresaron este año, unos 307,779 eran de EE.UU., 289,319 colombianos y 266,628 venezolanos.

Con una población estimada de 4 millones 37,043, la masa de extranjeros que circula cada mes en Panamá puede sumar 604 mil personas, un equivalente al 6.6% de la población del país.

La mayoría de los extranjeros se ubican en el área metropolitana de los distritos de Panamá y San Miguelito, que concentran el 70% de la población de la provincia de Panamá.

Legalmente hay 100 mil extranjeros ya con cédula E, o sea con residencia permanente en el país.

En las jornadas de Crisol de Razas, que se realizaron del 2010 al 2014, se legalizaron 57,672 extranjeros: 27,541 colombianos, 6,434 dominicanos, 11,745 nicaragüenses, 5,148 venezolanos y 985 peruanos.

Según Migración, hay 90 mil colombianos con status legal y 30 mil venezolanos.

Historia de inmigrantes

El trabajo del inmigrante no es fácil. Se trabaja duro, pero gana poco. Hay que vivir en hacinamiento y en pandilla dentro de un apartamento, donde hay que hacer fila a la hora de ir al baño y donde las recámaras están llenas de colchonetas.

Carlos Corona es venezolano, tiene 3 meses en Panamá. Vende cupones de descuentos y tiene que tirar labia de 7:00 a.m. a 7:00 p.m. Lo que saca para sobrevivir depende de la situación. Hay días que se gana $7.00, otros días varía y la ganancia aumenta de $50 a $100, todo depende de tu estado de ánimo y actitud, expresó Corona, quien reconoce que es triste estar fuera de la patria.

La señora Matilda es de Nicaragua. Ella llegó hace dos meses. Vende gorras y atrapasueños; cada jornada puede estar vendiendo de 3 a 4 gorras a $5 dólares.

Alejandro es un venezolano que tiene cinco días de haber llegado y todavía no trabaja. Ya hizo su presupuesto. Para poder sobrevivir, mensualmente tendría que ganar de $300 a $400 para poder pagar arrendamiento, comer y enviar algo a su familia. “Llegué a Panamá buscando un mejor futuro. Tengo 23 años, y mi meta a corto plazo es conseguir un trabajo fijo.

Otra jovencita venezolana es Alejandra, tiene apenas 20 años y dos meses de estar en Panamá, donde sobrevive con $20 diarios. Su trabajo actual es de niñera, pero es optimista y cree que se va a superar. En el rostro se le nota la nostalgia. Será mi primera Navidad sin mi familia, los extraño, quisiera irme a Venezuela a pasar estas Navidades, los extraño demasiado.

Hacia el futuro, la política migratoria del nuevo presidente de EE.UU., Donald Trump, de no tolerar la inmigración ilegal, le imponen a Panamá un nuevo atractivo para los extranjeros que andan en busca de un mejor futuro, pero lo fregado es que ya el presente no es tan próspero ni para los propios panameños.

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