Cuando los vivos joden a los muertos

Sexo, caca, drogas, robos y balas, es la ley de “tierra de nadie” que han implantado los de acá en terreno de los del más allá. Se trata del cementerio chino.



De día es imponente y débil; muestra la grandeza de una cultura y el deterioro de su arquitectura. Es tan acompañado como abandonado, lo cuida un celador y está a merced de la desidia. De noche es placentero y tétrico, es que mientras algunos entran para inhalar o fumar por la pura adicción y otros para gozar y gemir de la pasión de la carne, ahí mismo un centenar de almas intentan descansar en la paz del sueño eterno, pero en el más ruin descuido de sus tumbas...

Es el antiguo cementerio chino Way On Kon Ce. Está ubicado entre el límite del gueto de Santa Ana y de El Chorrillo, en la capital de Panamá. Esta semana saltó a la fama mundial, lástima que por el ocaso de su gloria. Fue ubicado en una lista negra de 22 monumentos históricos de América Latina y el Caribe que corren peligro de deterioro.

El campo santo -si es que así se le puede llamar todavía- compitió entre 266 nominaciones que hicieron gobiernos, organizaciones sin fines de lucro o expertos en conservación a la fundación World Monuments Fund (WMF), con sede en Nueva York, Estados Unidos. ¡Y tristemente pegó en la jugada!

Deterioro palpable

Un gran muro -retocado con pintura, hace poco- le sirve de fachada. Tres juegos de rejas de puertas principales, todas encadenadas y oxidadas.

“El celador solo está como hasta a las 10:00 a.m.”, me dijo Raúl. Es un muchacho. Estaba asomado en el balcón del segundo piso de un multifamiliar cercano. Desde allí, seguía con su mirada sospechosa cada uno de los pasos que yo daba.

-“¡Acompáñame a entrar!”, le grité y en menos de lo que empuja un gatillo una bala, el chiquillo ya estaba a mi lado. Le calculo 13 años. Raúl fue mi guía.

Una vez cruzado el imponente muro, se está ante un terreno baldío. “Aquí no hay nadie enterrado”, advirtió Raúl.

A poco menos de 100 metros, se alza el segundo muro de color gris y una sola reja. Del otro lado, el funesto escenario: un centenar de bóvedas de mármol, algunas profanadas, otras rodeadas de monte, ramas de árboles y basura.

Dos leones, uno a cada lado de un monumento memorial, que está en la entrada, sirven de guardianes. “Algunas veces se escucha en las noches a los leones rugiendo”, dice Raúl.

El muro trasero, sirve para los nichos. La mayoría están abiertos, en total descuido, y cerca a la esquina derecha, un ataúd descubierto. Solo tenía los trapos, no había restos. Es que ¡hasta los huesos se roban! 


Inseguridad: el talón de Aquiles

Los administradores del camposanto -una sociedad que lleva el mismo nombre: Wah on kon ce- revelaron las odiseas que pasan por la inseguridad que reina en el barrio.

Los pocos deudos que se atreven a visitar las tumbas de sus difuntos han sido asaltados y hasta les han tirado balas y mojones.

Hace años, las instalaciones contaban con energía eléctrica y agua potable, pero el clásico “juegavivo” panameño hizo de las suyas. “Se conectaban con telarañas a los cables de la electricidad; de las plumas, sacaban y cargaban agua. Estábamos pagando por dos servicios del cual otros abusaban, por lo que nos vimos en la penosa necesidad de cortarlos”, reveló Juan Tam, encargado del sacramental.

La administración también ha hecho múltiples remodelaciones y restauraciones, sin embargo, todo lo que arreglan es dañado por los antisociales, quienes también se han llevado los hierros y las plantas.


El Caballo

El campo santo fue comprado en un año del Caballo de Agua (1882). Después de 60 años, es pedido en alquiler por el Municipio, también en un año del Caballo de Agua (1942) y coincidencialmente fue revertido 60 años después, y en otro año del Caballo de Agua (2002). ¿Caprichos del destino o fuerzas de algún dios? Nadie sabe...

El 6 de enero de 1883 se hizo la ceremonia de inicio de construcción de la obra, en la que participaron prominentes autoridades del gobierno central de Bogotá, pues en aquel entonces el Istmo de Panamá estaba unido a Colombia.

La placa de mármol con el nombre del cementerio data de 1911 y fue un obsequio de un embajador chino -en Estados Unidos- que viajaba de paso por Panamá hacia Perú.

El sacramental sirvió para enterrar a la gran mayoría de los chinos que llegaron a Panamá para la construcción del ferrocarril y por ende a sus descendientes hasta hoy. Sí, todavía se realizan entierros de la comunidad china.


En espera de futuras acciones

En el informe de la fundación World Monuments Fund (WMF) resaltó que la “la inclusión del lugar en la lista es para llamar la atención de este importante centro, que puede ser utilizado como un lugar turístico donde la gente pueda ir y conocer parte de la cultura china”.

En esa misma orientación están pensando los directivos de la asociación Wah on kon ce. Juan Tam explicó que analizan la posibilidad de proponer un circuito turístico. “En el lugar hay otros cuatro cementerios: el de los judíos, niños, extranjeros y Amador con los cuales podría ofrecerse giras turísticas, pero eso no es fácil, porque es una zona roja”.

Tam reveló que la sociedad ya tienen un estudio de remodelación y restauración, no obstante a penas están en la fase de recaudación de fondos



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