Si el placer se prolonga demasiado

Por: Por: El Hermano Pablo Un Mensaje a la Conciencia -

Fueron diecisiete días con nueve horas. Durante todo ese tiempo, que puede ser muy breve si se trata de algunas cosas o muy largo si se trata de otras, dos jóvenes hicieron algo que habitualmente dura solo algunos segundos.

Sucedió que Delphine Crha, una joven de Chicago, Estados Unidos, y Eddie Levin, su novio, protagonizaron el beso más largo documentado hasta esa fecha, 24 de septiembre de 1984. Con aquel beso, batieron el récord mundial vigente, estableciendo una nueva marca de diecisiete días con nueve horas. Y por si semejante ósculo maratónico fuera poco, tan pronto terminaron, celebraron el nuevo récord... ¡con otro beso!

Es que hay muchas personas que se aventuran a hacer toda suerte de hazañas a fin de satisfacer las ansias de salir en los periódicos y en la televisión. Saben que las ocurrencias más extravagantes, más absurdas y más fantásticas son la manera más segura de «convertirse en noticia». De ahí que algunas de ellas escalen montañas caminando hacia atrás; que otras duerman en jaulas de serpientes; que otras críen rinocerontes en su casa; y que aun otras hagan Torres Eiffel o Estatuas de la Libertad empleando cien mil palillos de dientes.

En algunos casos, estos que hacen noticia la hacen a costa de su propio bienestar. Les cuesta bastante, ya sea física, económica o mentalmente. A la postre, el beso de los novios Delphine y Eddie seguramente no les resultó placentero. Porque los más exquisitos placeres de la vida, a fuerza de repetirse, se vuelven insípidos.

Eso es precisamente lo que ocurre cuando acumulamos bienes materiales: terminan convirtiéndose en una pasión enfermiza.

Hay una sola cosa que jamás cansa, hastía ni aburre al alma humana, aunque venga en grandes cantidades. Se trata de la paz de Dios, que procede de una confianza en Dios como la que llegó a tener el salmista David.

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