Un hombre se confiesa ateo

Por: Por: Rómulo Emiliani Monseñor -

Estimado monseñor Emiliani: Pienso que ustedes, todas las religiones, son unos negociantes del miedo humano. Soy ateo, no creo en nada del más allá, y veo que todos alimentan con esperanzas falsas de vidas eternas, de gozo sin fin, en un estado de felicidad total, a gente que en vida ha tenido tantas desgracias.

En verdad, las religiones son el opio del pueblo y cómo alienan a la gente. ¿Que por qué le escribo? Lo admiro por su trabajo, porque cumple lo que predica, como hago con todos los que son coherentes en sus ideas, aunque no crea en su fe. Y porque quiero su opinión sobre mi planteamiento.

Mi estimado señor, quisiera comenzar por lo que se ve, las evidencias científicas: una religión que tiene dos mil años, que ha ido creciendo de doce individuos a mil millones y sigue extendiéndose por el mundo. Que ha tenido en su historia millones de misioneros que han dejado familia y patria para internarse en selvas inhóspitas, o pasando fríos glaciales, hambres, persecuciones y asesinatos, y que han dejado el Evangelio en los cinco continentes es algo que nos pone a pensar. ¿Qué hace renunciar a tener dinero, cónyuge, familia y a la propia libertad, y viviendo los tres monasterios de diferentes órdenes religiosas de hombres y de mujeres en lugares apartados orando tanto por la humanidad.

¿Cómo se evangelizó a América? Jesuitas, franciscanos, mercedarios, agustinos, dominicos, misioneros que nunca más volvían a Europa llegaron a los lugares más remotos, enseñando la lengua, la religión, el trabajo de agricultura, ganadería, carpintería. No tenían sueldo. No recibían personalmente posesiones. Muchos morían muy jóvenes víctimas de las enfermedades tropicales y algunas veces de los ataques de los mismos indígenas. ¿Por qué lo hacían?

Por otro lado, sí creo en el más allá. No creo que uno nazca para morir y ya. Los seres humanos tenemos una aspiración profunda a la felicidad, a gozar sin límites de la paz, el amor, y la alegría. Nada en esta vida podría llenar el vacío, la sed, el anhelo de eternidad, de Dios. Nacimos para algo más grande que este mundo. Tenemos hambre de plenitud, de realización total, de un encuentro con un Ser que nos llene completamente y para siempre.

Tenemos la revelación de Jesucristo, Dios y Hombre, que es el que nos ha llamado a renunciar a muchas cosas por él y nos asegura el cielo. Su vida terrenal fue perfecta, santa y ahora reina eternamente después de haber dado todo por nosotros en la cruz. Por Él, aún con sus pecados, la Iglesia es invencible...

Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.