Víctor Bruce

Víctor Bruce

Víctor Bruce

Por: Investigador de arte -

Sí, porque a pesar de mis aprehensiones… NI UN SOLO CUADRO… se perdió o fue dañado. No llovió ni un solo día… y el viento de marzo fue benigno. ¡Cosas veredes, Sancho! El público fue altamente receptivo, apreció las obras y el esfuerzo del artista. Recuerdo que cuando alguna obra se aflojaba de sus amarras o corría peligro de caerse, la gente se acercaba solícita a avisar o a ayudar. ¡Ese es el gran espíritu del chiricano… meto…!

Víctor se instaló cerca de la vía de mayor tránsito, con una silla para él y otra para el modelo o la modelo de turno, y pintaba unos excelentes retratos, era extremadamente hábil dibujando el rostro humano y con un parecido asombroso. De tres a cinco minutos y la persona tenía su dibujo concluido en la mano. Eran grandes filas esperando. El artista, incansable, no defraudaba a su público, no hacía pausas ni para merendar; un jugo o una gaseosa al lado ¿para qué más? Y, eso sí, conversando todo el tiempo, tanto con los modelos como con el público, era un interactuar permanente, con mil temas, paráfrasis y anécdotas. A cada quién lo suyo. Fue una verdadera epopeya, irrepetible.

Y concluyo el gran acontecimiento ferial con un saldo en extremo halagüeño para el público y para el artista Víctor Bruce. Se había vendido buena cantidad de obras a precios accesibles, más la gran cantidad de retratos rápidos que había realizado el pintor. Pero tal como son las cosas humanas, siempre hay una piedra en el camino. Nada más hay que saber sortearlas con hidalguía y dignidad. Efectivamente, concluido el evento, el artista depositó sus obras en un espacio cedido a tal fin. Pero lo que respetó el gran público chiricano no fue lo mismo para algunos que en el acervo popular se nombran "cocotudos" y de "penachos". Al parecer, al pasar por el lugar, vieron como lo más natural llevarse las obras de Víctor sin abonar su costo y creyeron que esto quedaría sin consecuencias.

Al día siguiente, Víctor y sus asistentes, llegaron a retirar los cuadros del depósito. De inmediato se percataron del desaguisado. Hubo que recurrir a las autoridades policivas. Y aquí surge de nuevo el espíritu de rectitud y solidaridad del pueblo chiricano. Los humildes se convirtieron en los ojos y oídos de los estamentos de justicia y casi todas las obras fueros sacadas de los palacetes donde los potentados pretendían hacer usufructo del trabajo del artista sin abonarle sus honorarios. Fue una gran lección de generosidad de un pueblo "culto, heroico y legendario", como anotaba en sus emisiones radiofónicas el cronista Juan Bautista Gómez Amador.

Víctor, con su alma grande, prefirió que la cosa quedara allí. Con las obras recuperadas, no pretendió seguir juicio a los infractores. Suficiente con el escarnio público. Con ver desnudas sus proclividades al delito. Él siguió adelante. Hubo otros chiricanos de buena cuna y sentimientos nobles que apreciaron su trabajo. Le brindaron su amistad. El artista consideró quedarse un tiempo en este vergel que de siempre ha sido el Valle de la Luna.

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