El desafío de convertirse en mujer del siglo XXI

Trabajadora y madre, sensible y aguerrida... Una mirada masculina de lo que significa ser mujer, con todas las letras.

Por: http://entremujeres.clarin.com/ -

Tanto la mujer como el hombre comienzan a “conocer” por la influencia de los padres o figuras significativas. Los adultos son los mensajeros del legado cultural y lo trasmiten muchas veces sin cuestionar los mandatos o creencias imperantes. La construcción del género es un entramado de influjos provenientes del entorno que superan con creces a los determinantes biológicos. La sensibilidad y la imaginación infantil se pierden con una velocidad que espanta. Sólo unos pocos la guardan bajo la apariencia sumisa o, por el contrario, la defienden con rebeldía. En este proceso de conversión del bello caos infantil al orden adulto, los varones reciben más compensaciones positivas que las mujeres. La responsabilidad de las mujercitas, por el otro, comienza en esas etapas de juego y divertimento. El “bebote” o la muñeca es el objeto que se debe contener, cuidar, proteger. Las niñas conciben que su relación con el mundo se hace a través de “ese otro” real o simbólico: padres, muñecas, amigas, novio, hijo, etc. Apagar la rebeldía En el instante breve de la juventud nada parece imposible. Hagan el ejercicio de recordar el fin de la niñez y el comienzo adolescente. Seguramente en sus inicios fueron jóvenes vitales, con unas ganas de “comerse el mundo”. Las amigas eran las joviales compinches, acompañando con su algarabía las primeras conquistas. También estaban las del otro bando: las envidiosas, las “tragas”, las apocadas. Una multitud de jóvenes empujando a la niñez para que quede bien atrás y no se note la ingenuidad de muchas acciones. Toda la belleza de la juventud con todas las notas musicales sonando con ritmo sincopado, a veces en armonía, otras en discrepancia, como si el corazón dejara de latir y se despertara en un arranque súbito. Las fuerzas culturales van moldeando los modos, la elección de la ropa, las diversas formas de relación social, en general, y con el sexo opuesto. La familia de origen, como matriz de identidad, sirve de guía para que se incorporen las reglas esperables para una mujer. En el mejor de los casos, la presión familiar será cambiante, fijando límites y valores, pero nunca debe cercenar el crecimiento, la expresión libre del cuerpo y del pensamiento. La rebeldía es una fuerza innata que no debe acallarse. Es la pulsión vital que no quiere ceñirse a ninguna condición. Los padres se asustan con sus hijos rebeldes, no saben otra cosa que rechazarlos en lugar de escucharlos. La rebeldía es universal: no responde a las órdenes de ningún género, es apolítica, no es ideológica, es sincera; y no pretende destruir, por el contrario, nos defiende para que no destruyan lo más autentico de cada uno: la singularidad. Durante larguísimo tiempo, las mujeres soportaron la represión de la rebeldía, el ocultamiento de su fuerza liberadora. Hay unos versos de Alfonsina Storni (del poema “Pudiera ser”) que bien ilustran esta situación de atraso: “A veces en mi madre apuntaron antojos / de liberarse, pero se le subió a los ojos / una honda amargura, y en la sombra lloro…” ¡Se hizo mujer! El “periodo” le recuerda no sólo que es una mujer cabal en el sentido biológico, sino que tiene una responsabilidad latente que se debe efectivizar. Si en el hombre el pene adquiere la dimensión de la dominación, constituyéndose en un “falo” deseoso de sexo para ampliar y ratificar la masculinidad, en la mujer, la menstruación es la representación metafórica de la responsabilidad que tiene sobre la evolución de la especie. Por dichos motivos, los aspectos más cuestionados de la feminidad tradicional han sido la sumisión y el uso de la capacidad de procrear. Los “antídotos” más efectivos propuestos por las luchas femeninas para tales determinaciones han sido los anticonceptivos y la ocupación de lugares de trabajo y de poder, lo que ha llevado a las mujeres a ir por más, fundamentalmente, la búsqueda de igualdad con el hombre en las oportunidades y la libertad a decidir sobre el propio cuerpo. Esta vuelta de tuerca en el rol social de la mujer la lleva a estar más atenta a sus necesidades. Recién ahí descubre cuán diverso puede ser su mundo y cuánto tiene por desarrollar. Las mujeres están recuperando el saludable “confiar en sí mismas” que le fue arrebatado en la más tierna infancia. El trabajo ha sido el eje alrededor del cual se ha organizado la nueva feminidad. Sacó a la mujer del calor de sus hogares, distribuyó los roles familiares exigiendo más participación de otros miembros de la familia (parejas, hijos mayores, abuelos, tíos, etc.), amplio el presupuesto económico con la concreción de proyectos postergados y, por sobre todas las cosas, diversificó la responsabilidad del grupo. Para los que somos hijos de este tipo de madres, seguramente recordaremos con admiración la dedicación que han tenido para cada una de sus actividades. Más allá de los roles Evocamos el rol de madre, pero... ¿las pensamos cómo mujeres? ¿Cómo hace una mujer para ser tantas cosas al mismo tiempo: madre, trabajadora fuera y dentro de la casa, hija, amiga, vecina y cumplir con su rol de partenaire: esposa, amante, etc.? La nueva mujer ve al mundo como un campo de conquista, así como el hombre lo percibió desde un principio. Llegan a la edad adulta con un abanico de alternativas, el cual ellas pueden desplegar a su “gusto y piaccere”. Sin embargo, a pesar de los beneficiosos cambios, todavía existen mujeres que viven bajo el imperio de la dominación y la violencia de género. La mujer del siglo XXI puede desplegarse en todos los planos y combinar opuestos que antes eran irreconciliables: trabajadora/madre; sensible/aguerrida; sumisa/rebelde; recatada/desenfrenada, etc. Las mujeres de hoy deciden sobre su cuerpo, sus deseos sexuales, su capacidad de amar y de tolerar el desamor. Pueden ser congruentes con lo que piensa y siente. La capacidad para llevar adelante sus deseos más honestos no obliga a las mujeres a renunciar a los preceptos clásicos de la feminidad: maternidad, cuidado de la prole, asistencia del hogar y de los más débiles, etc. La sociedad permite la expansión de la mujer dentro de su trama de relaciones y lugares de poder; no se lo niega, pero no la libera totalmente de los imperativos de género. Las estructuras sociales temen al caos, al desorden, al cambio en sus sólidas mallas que, como el esqueleto férreo de un edificio, sostienen las disposiciones que gobiernan los cuerpos y las almas de las personas. Vivimos todos bajo el influjo de coordenadas que no logramos entender en profundidad. Y es posible que nunca lleguemos a comprender. Es imposible hablar de las mujeres sin hacer referencia al impulso rebelde y natural que bulle en sus almas. Sin embargo, el tiempo y el crecimiento, obligan a asumir responsabilidades. Será necesario comenzar a definir las circunstancias futuras que regirán sus vidas. Abandonar la juventud y entrar en la adultez plantea también el desafío de defender los impulsos primigenios rebeldes en pos de construir un mundo propio acorde con los valores universales de libertad, comprensión incondicional de la vida humana y solidaridad. Vivimos en un mundo cada vez más egoísta. Y, a pesar del avance del conocimiento y la Internet que provee infinidad de información, las personas se siguen aferrando (y encerrando) a los clásicos esquemas relación, como si de los mismos se obtuviera la seguridad necesaria para estar con uno mismo y con el otro. La otra cara de la libertad La imposibilidad de crear nuevos paradigmas de pensamiento (por lo tanto, de subjetividad) impide que aún muchas mujeres, a la hora de sostener la rebeldía como motor de sus motivaciones, se sigan dejando domesticar con las consabidas formas de control. Con el paso del tiempo, luego de haber cumplido (felizmente o no) con las normativas esperables, necesitarán recuperar algo de la rebeldía perdida. Es posible entonces que, poco a poco, se instale el malestar que reclame el cambio. Entiendo que para estas mujeres que han quedado en el medio del camino, entre la autoafirmación y la vulnerabilidad, la cuestión puede ser difícil, sobre todo, cuando sienten que todo lo nuevo por hacer depende exclusivamente de un criterio que las guíe, de una nueva “filosofía de vida”. Muchas mujeres (quizá emulando a los hombres), cuando rompen una relación de larga data, salen a la calle y se aventuran a cualquier relación como si la rebeldía juvenil las invadiera nuevamente. Salen y entran de las relaciones sin medir las consecuencias sobre sus umbrales de fracaso; bien diferente a lo que ocurre en la juventud: los fracasos duelen, se olvidan fácilmente y no hacen tanta mella en la estima. Las mujeres entre los treinta y los cincuenta sufren por las ilusiones mal orientadas y la alta exposición emocional a la que se someten. No saben mantenerse rebeldes y, al mismo tiempo, preservarse. La rebeldía a estas edades de la madurez debería servir justamente para disfrutar las nuevas relaciones, para sostener la autonomía frente a algún atisbo de dominación, no dejarse llevar por los vaivenes histéricos (posesión, celos, demandas constantes hacia el hombre, convertir situaciones banales en problemas, etc.) que todo lo complican, darle valor a la intuición, usar el sentido común y mantener el criterio de realidad. Muchas mujeres no son conscientes de que sus acciones son el producto de elecciones urgentes (mal uso de la rebeldía), con alta exposición emocional y una escasa valoración de sus verdaderos deseos. Será necesario entonces “volver hacia sí mismas”, recuperar lo mejor de sí y volver al ruedo de la vida sin perder el eje de su propia existencia.

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