“La sexualidad es ineludible: hoy el sexo precede al amor”

La socióloga propone una soprendente lectura de '50 sombras de Grey'

Por: http://cultura.elpais.com/ -

A Eva Illouz (Fez, 1961) la llaman a menudo “socióloga de los sentimientos”. Profesora franco-israelí de la Universidad Hebrea de Jerusalén, que además dirige la prestigiosa Academia de Arte de Bezalel, Illouz lleva dos décadas investigando los efectos del modelo capitalista en nuestra forma de sentir y de amar, a menudo utilizando la cultura pop como objeto de estudio. Igual que el filósofo alemán Theodor Adorno trabajó sobre Beckett y Antonioni, Illouz aplica la teoría crítica de la Escuela de Fráncfort a programas televisivos, comedias románticas y libros de desarrollo personal. Su último ensayo se titula Erotismo de autoayuda. Cincuenta sombras de Grey y el nuevo orden romántico (Clave Intelectual / Katz). En él analiza el éxito de la trilogía erótica de E. L. James, hasta descubrir que es cualquier cosa menos un subproducto anodino. En ella, encontramos condensadas las relaciones de género actuales, el progreso feminista y las consecuencias del capitalismo en el plano sentimental. Pregunta. ¿Qué información nos da esta trilogía erótica sobre nuestra época? Rrespuesta. Primero, que la sexualidad se ha vuelto un asunto ineludible en la sociedad actual. En la novela, como sucede en la vida real, el sexo precede al amor. En la era premoderna existía una secuencialidad inalterable, donde el sexo llegaba al final de todo, coronando el proceso después del matrimonio. Significativamente, Christian y Anastasia actúan de la manera contraria: primero se acuestan y luego aprenden a amarse. En segundo lugar, es interesante analizar qué rol tiene el movimiento feminista en su relación. En el plano de la relación sexual, el feminismo parece obsoleto, puesto que ella es la dominada. En cambio, fuera de la cama, su relación es igualitaria. Anastasia se resiste a ser sometida y comunica sus deseos en voz alta, llevando razón e imponiéndose en la mayoría de las peleas. P. La trilogía presenta al masoquismo como algo escandaloso y subversivo. ¿No se trata, en realidad, de lo más reaccionario de su relación, siendo el lugar donde los roles de género se ajustan a lo que dicta la tradición? R. Sí y no. Lo que dice es cierto, pero olvida que no se trata de una dominación real. Es más bien una performance, una puesta en escena, una especie de ficción. Anastasia decide vivir esta relación poco convencional por voluntad propia. Hacerlo no le impide seguir adelante con su aprendizaje de lo que son la independencia y la individualidad. En ese sentido, no es una criatura prefeminista o antifeminista. No es como la protagonista de Historia de O, porque nunca renuncia a su soberanía. P. ¿Qué simboliza entonces el sadomasoquismo en el libro? ¿Es solo una forma de atenuar por un momento la inquietud provocada por la emancipación de la protagonista? R. Exacto. Es una dominación de ficción, pero enmarcada en la fuerte nostalgia que experimentamos hoy respecto a unos roles de género más binarios y bien definidos, en el marco de una relación más clara, organizada y regulada. La incertidumbre del presente perjudica la implicación y la intensidad emocional de cada individuo. Pasamos mucho tiempo preocupándonos por cómo debemos actuar respecto a lo que se espera de nosotros. Nos preguntamos sin cesar cuál es la regla de género y si deseamos o no ajustarnos a ella. Esto es fuente de un tipo de ansiedad que antes no existía. P. Si comparamos esta trilogía con otros productos de éxito en las pasadas décadas, como El diario de Bridget Jones o Sexo en Nueva York, ¿qué evolución se ha producido? R. Tienen parecidos superficiales, aunque sean fundamentalmente distintos. Los fenómenos que cita se interrogaban sobre la dificultad de establecer relaciones heterosexuales en tiempos marcados por una gran abundancia sexual, pero también por una enorme escasez y sequía emocional. En otras palabras, ¿por qué cuesta tanto encontrar un hombre cuando el sexo se ha vuelto tan asequible? El primer volumen de Cincuenta sombras de Grey comparte esa misma reflexión –es el clásico “él quiere sexo, ella quiere algo más”–, pero termina emprendiendo un camino distinto, abriéndose a una reflexión sobre la igualdad. P. Usted sostiene que el capitalismo ha provocado una “asimetría en el modelo sentimental y sexual” entre hombres y mujeres. ¿A qué se refiere? R. Hasta el advenimiento del capitalismo, la familia era igual de importante para ellas que para ellos: constituía un instrumento de supervivencia social y económico para ambos. El hombre solía ejercer su dominación en el espacio doméstico, por lo que cortejar y casarse con una mujer resultaba esencial en la construcción de la identidad masculina. Cuando los hombres accedieron al ámbito laboral capitalista, la familia se convirtió en una simple opción dentro del menú de la masculinidad. En una opción importante, pero no única ni obligatoria. La identidad masculina se configuró a partir de entonces en el espacio laboral: los hombres ya no querían dominar solo a mujeres, hijos y personal doméstico, sino a otros hombres de idéntico estatus. Las mujeres, en cambio, han seguido siendo dependientes de la familia y de la definición social de la feminidad, que casi siempre pasa por la maternidad. P. De hecho, la tasa de fertilidad ha bajado, pero no el deseo de maternidad. Según datos de 2013, solo un 5% de los adultos estadounidenses no desean tener hijos, un punto más que en 1990. En Francia son solo el 4% de las mujeres. R. Eso confirma que la norma de la maternidad sigue siendo muy robusta. De ese fenómeno surgen nuevas neurosis y angustias. Los bebés se siguen teniendo mayoritariamente en el seno de familias heterosexuales, con hombres ejerciendo de padres. La mujeres viven con la ansiedad de no encontrar un compañero, de no ser escogidas para la procreación. En cambio, los hombres tienen más tiempo, biológica y culturalmente. Ahí se encuentra la asimetría. P. Anthony Giddens sostiene que el amor romántico se convirtió, a partir de los siglos XVIII y XIX, en un agente de emancipación, ya que permitió que la mujer se transformara en un sujeto más autónomo gracias a la expresión de sus sentimientos. ¿Está de acuerdo? R. Giddens confunde, a mi entender, el ideal amoroso y su institucionalización en la estructura familiar. Es cierto que el proceso de individualización de hombres y mujeres les hizo volverse más conscientes de su interioridad emocional, sin la interferencia de agentes externos. Pero eso no equivale a la génesis de un lenguaje político de emancipación. No hay que olvidar que el amor también fue un instrumento de dominación masculina, un espacio donde las mujeres no escapaban a la dependencia y al sentimiento de inferioridad. Fíjese en Madame Bovary y descubrirá la tragedia de muchas otras mujeres. El personaje aspira a escapar a su vida de pequeñoburguesa de provincias gracias a un amor que dará sentido a su existencia, pero termina humillada y anulada. Esa fue la experiencia del amor para muchas mujeres: una falsa promesa de igualdad. P. “Considero el amor como un microcosmos privilegiado para dar cuenta de los procesos de la modernidad”, escribió en su anterior ensayo, Por qué duele el amor, donde atribuía el sufrimiento sentimental al propio sistema económico. ¿Cómo lo provoca? R. El amor ha contribuido a configurar la modernidad, puesto que, a través de una determinada manera de practicarlo, el individuo puede distanciarse de las normas y prescripciones marcadas por el grupo social. Pero también sucede al revés: el modelo económico de la modernidad incide en la práctica del amor. Si antes se vivía como una fatalidad o una predestinación, ahora se practica a través de la libre elección. Internet y la mercantilización del yo han acelerado este proceso. El neoliberalismo ha acentuado esa tendencia a la autogestión del yo, porque en el sistema neoliberal todo somos individuos solos ante una sociedad que nos exige un gran numero de competencias, cognitivas como emocionales. Cuando algo falla, el individuo solo puede acusarse a sí mismo. P. Defiende que, con la llegada de internet y las redes sociales, el amor se ha convertido en un mercado. ¿Qué consecuencias tiene esta transformación? R. Uno de los factores determinantes para predecir la durabilidad de una relación es la percepción que tiene uno sobre las alternativas de las que dispone. Cuando uno vive una relación no excesivamente satisfactoria y se presenta una alternativa más tentadora, las posibilidades de que termine son muy altas. Con internet y las redes sociales, la percepción de la alternativa se ha acrecentado de una manera artificial, inducida por la tecnología. Esto explica el actual incremento de divorcios pasados los 50 años. Antes, la gente de esa edad sentía que no tenía otra elección que seguir casada. P. El éxito de la aplicación Tinder, que propone encuentros geolocalizados para heterosexuales, ha normalizado una práctica que, hasta ahora, era minoritaria. ¿Cómo lo explica? R. Se trata de una variación de otra aplicación de éxito, Grindr, que proponía esos encuentros, pero solo para homosexuales. La cultura homosexual se encuentra en la vanguardia respecto a la heterosexual. La superación de las prohibiciones y las normas que regulan las relaciones, la multiplicación y la brevedad de los encuentros sexuales o la reafirmación del individuo en el placer erótico son formas sociales inventadas o perfeccionadas por los homosexuales. Los heterosexuales no han hecho más que seguirles. P. Es crítica con su primer ministro, Benjamin Netanyahu. En una entrevista concedida a Der Spiegel en 2014, afirmaba: “Israel se ha vuelto insensible. No solo al sufrimiento de los demás, sino también al suyo propio”. ¿Qué repercusiones puede tener su reelección respecto a lo que dice? R. La ocupación de los territorios [palestinos] ha conducido a un embrutecimiento de los comportamientos. Netanhayu ha liquidado buena parte de las estructuras socialistas del país, ha pauperizado a las clases bajas y medias, ha incrementado la desigualdad y ha aislado a Israel del resto del mundo. Si no ha sido castigado por los ciudadanos, es porque la propia ocupación ha difuminado los puntos de referencia morales y éticos de los israelíes, lo que explica su ceguera ante algo que en el fondo les hace daño. Un pueblo no puede dominar a otro sin que eso tenga efectos en su propia capacidad de juzgar lo que es aceptable y lo que no lo es.

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