La historia del más grande atleta nacido en la tierra del Canal y la pollera, Roberto Durán, es de una película al mejor estilo de Hollywood. Una vida que impacta desde su nacimiento. El chiquillo pobre de una Casa de Piedra en el populoso barrio de El Chorrillo, que vino al mundo en un parto asistido por su propia abuela.
Vendedor de periódicos, lustrador de zapatos, bailarín en las aceras y a veces comediante, de niño se convierte en hombre en un abrir y cerrar de ojos. Sólo su gran corazón, su voluntad de mejorar, de ser alguien en la vida, lo lleva a tomar el camino del boxeo, un rudo deporte, quizás tan fuerte como la misma vida en las calles.
Su vida de boxeador fue inmensa, grata, agigantada. El boxeo y su actuación le valieron para ser llamado por la prensa deportiva (en los últimos días) como la tercera estrella de la bandera panameña.
Su grandeza en el ring no para, después de ganar cuatro coronas en diferentes categorías, destruir rivales con su famosa "Mano de Piedra", escalar montañas de sacrificio, el panameño Roberto Durán encuentra un puesto en el Salón de la Fama de Canastota en Nueva York.
�Durán, Durán, Durán!
Así retumbaban las paredes del majestuoso coliseo Olímpico de Montreal, cuando Durán ganaba a Sugar Ray Leonard en una noche fría en Canadá.
Hoy, después de ser elevado al Salón de la Fama, el eco de esas frases... "Durán, Durán, Durán" se escuchan en cualquier esquina.
El "Cholo" humilde de principio a fin, genio y figura, hasta su sepultura, reposa en nuestras mentes y corazones.
Hoy todos gritamos con fuerza: �Gracias Cholo!