La rabia se extiende ante los islamistas egipcios
Las principales avenidas que llevaban a la campada estaban bloqueadas por efectivos militares y policiales, que entre barreras de espinos señalaban el punto y final de cualquier trayecto hacia el interior.
El Cairo
EFE
Con los accesos cortados hacia la acampada en la plaza de Rabea al Adauiya, manifestantes islamistas marcharon hoy enfurecidos a ese mismo punto, cuyo desalojo ha vuelto a poner a Egipto en un callejón de difícil salida.
Miles de personas se encaminaban con paso ligero hacia el puente 6 de Octubre, que comunica directamente con el lugar que los seguidores del depuesto presidente Mohamed Mursi habían convertido en el último mes en su principal campamento y bastión de la capital, según pudo constatar Efe.
Sin embargo, el bloqueo del puente ponía pronto fin a su aspiración de llegar a la acampada y daba origen a un nuevo foco de violencia contra las fuerzas del orden, como la que estalló en otras partes del país.
Arrancando cascotes del mismo suelo, diversos manifestantes se pertrecharon ante la cercanía de los disturbios e incluso se enfrentaron a los conductores que pasaban por esa inhóspita zona despertando sospechas de los islamistas.
Con su garrote en mano, el anciano Abdel Yawad Abas rezaba por la suerte de sus once hijos, encerrados en la acampada, mientras que algunas familias se unían a las marchas cargadas de tensión y en las que el lema "Alá es grande" resonaba con fuerza.
"Acaso somos terroristas o portamos armas?", se preguntaba la joven Ofra Mohamed, acompañada de sus padres, en alusión a las acusaciones que han vertido las autoridades contra los islamistas tras el golpe militar que el pasado 3 de julio derrocó a Mursi.
Hombres heridos ensangrentados, algunos de ellos graves como consecuencia de disparos, eran sacados de cualquier modo de lo alto del puente y llevados a zonas más seguras para recibir tratamiento.
"Muchos heridos no van a los hospitales públicos porque tienen miedo de sufrir represalias", aseguró a Efe el vendedor Hati Abu Baqd, que acudió al lugar para protestar contra lo que considera una "vuelta al régimen del (expresidente Hosni) Mubarak".
Sin embargo, en el vecino hospital público Demardash, los médicos no dejaban de atender a un número creciente de afectados por la violencia, trasladados en ambulancias y buscados por familiares, aunque imperaba el silencio por parte de la dirección del centro.
Mientras, largas columnas de humo se elevaban desde Rabea al Adauiya, plaza transformada en un mar de tiendas de campaña donde los opositores al Ejército habían terminado por hacer vida en el este de la capital egipcia.
Las principales avenidas que llevaban a la campada estaban bloqueadas por efectivos militares y policiales, que entre barreras de espinos señalaban el punto y final de cualquier trayecto hacia el interior.
Solo a través de una intrincada sucesión de calles había posibilidad de acercarse ligeramente al barrio que bordea la acampada y que presentaba una apariencia casi "fantasma", con los comercios cerrados y apenas unos pocos viandantes.
La otra gran acampada de los islamistas en El Cairo, la de la plaza de Al Nahda, también fue desalojada por las fuerzas de seguridad, haciendo realidad la amenaza que desde hace días venían lanzando las autoridades.
A continuación, miles de manifestantes se trasladaron a las inmediaciones de la mezquita de Mustafa Mahmud, en el acomodado barrio de Mohandisin.
"Hemos elegido este lugar porque es grande y mucha gente puede quedarse en él", destacó a Efe el empresario agrícola Ahmed Danas, que calificó el desmantelamiento de las acampadas como "el precio que sabían que tendrían que pagar" por oponerse al golpe.
Danas llevaba un rudimentario equipo de primeros auxilios para ayudar a los heridos en esa área, en la que abundaban los automóviles carbonizados, las barricadas con todo tipo de objetos y jóvenes en motocicletas atraídos por el caos reinante.
Esa situación llevó hoy a las autoridades a decretar el estado de emergencia en varias zonas del país, incluida la capital, que asiste paralizada a este nuevo brote de violencia.
EFE
Con los accesos cortados hacia la acampada en la plaza de Rabea al Adauiya, manifestantes islamistas marcharon hoy enfurecidos a ese mismo punto, cuyo desalojo ha vuelto a poner a Egipto en un callejón de difícil salida.
Miles de personas se encaminaban con paso ligero hacia el puente 6 de Octubre, que comunica directamente con el lugar que los seguidores del depuesto presidente Mohamed Mursi habían convertido en el último mes en su principal campamento y bastión de la capital, según pudo constatar Efe.
Sin embargo, el bloqueo del puente ponía pronto fin a su aspiración de llegar a la acampada y daba origen a un nuevo foco de violencia contra las fuerzas del orden, como la que estalló en otras partes del país.
Arrancando cascotes del mismo suelo, diversos manifestantes se pertrecharon ante la cercanía de los disturbios e incluso se enfrentaron a los conductores que pasaban por esa inhóspita zona despertando sospechas de los islamistas.
Con su garrote en mano, el anciano Abdel Yawad Abas rezaba por la suerte de sus once hijos, encerrados en la acampada, mientras que algunas familias se unían a las marchas cargadas de tensión y en las que el lema "Alá es grande" resonaba con fuerza.
"Acaso somos terroristas o portamos armas?", se preguntaba la joven Ofra Mohamed, acompañada de sus padres, en alusión a las acusaciones que han vertido las autoridades contra los islamistas tras el golpe militar que el pasado 3 de julio derrocó a Mursi.
Hombres heridos ensangrentados, algunos de ellos graves como consecuencia de disparos, eran sacados de cualquier modo de lo alto del puente y llevados a zonas más seguras para recibir tratamiento.
"Muchos heridos no van a los hospitales públicos porque tienen miedo de sufrir represalias", aseguró a Efe el vendedor Hati Abu Baqd, que acudió al lugar para protestar contra lo que considera una "vuelta al régimen del (expresidente Hosni) Mubarak".
Sin embargo, en el vecino hospital público Demardash, los médicos no dejaban de atender a un número creciente de afectados por la violencia, trasladados en ambulancias y buscados por familiares, aunque imperaba el silencio por parte de la dirección del centro.
Mientras, largas columnas de humo se elevaban desde Rabea al Adauiya, plaza transformada en un mar de tiendas de campaña donde los opositores al Ejército habían terminado por hacer vida en el este de la capital egipcia.
Las principales avenidas que llevaban a la campada estaban bloqueadas por efectivos militares y policiales, que entre barreras de espinos señalaban el punto y final de cualquier trayecto hacia el interior.
Solo a través de una intrincada sucesión de calles había posibilidad de acercarse ligeramente al barrio que bordea la acampada y que presentaba una apariencia casi "fantasma", con los comercios cerrados y apenas unos pocos viandantes.
La otra gran acampada de los islamistas en El Cairo, la de la plaza de Al Nahda, también fue desalojada por las fuerzas de seguridad, haciendo realidad la amenaza que desde hace días venían lanzando las autoridades.
A continuación, miles de manifestantes se trasladaron a las inmediaciones de la mezquita de Mustafa Mahmud, en el acomodado barrio de Mohandisin.
"Hemos elegido este lugar porque es grande y mucha gente puede quedarse en él", destacó a Efe el empresario agrícola Ahmed Danas, que calificó el desmantelamiento de las acampadas como "el precio que sabían que tendrían que pagar" por oponerse al golpe.
Danas llevaba un rudimentario equipo de primeros auxilios para ayudar a los heridos en esa área, en la que abundaban los automóviles carbonizados, las barricadas con todo tipo de objetos y jóvenes en motocicletas atraídos por el caos reinante.
Esa situación llevó hoy a las autoridades a decretar el estado de emergencia en varias zonas del país, incluida la capital, que asiste paralizada a este nuevo brote de violencia.