‘Que Dios me lo bendiga’
Que Dios me lo bendiga”, fueron las primeras palabras de Luzmila Rodríguez, madre del defensa bocatoreño, Roberto Chen, luego de conocer que “Rojo”, como le dice por
Que Dios me lo bendiga”, fueron las primeras palabras de Luzmila Rodríguez, madre del defensa bocatoreño, Roberto Chen, luego de conocer que “Rojo”, como le dice por el color natural de su cabello, en vez de viajar a la Isla Colón, abordó el avión que lo llevará a cumplir un sueño: jugar en la élite del fútbol mundial con el Málaga de la primera división de España.
Ayer, en Isla Colón, esperaban a Chen para ofrecerle un agasajo al defensa de la selección de Panamá, subcampeona de la Copa Oro, pero el fútbol lo envió a Europa.
Mirando al cielo mientras hablaba, Luzmila aseguró que se cumple parte del sueño de Roberto y que todo está en manos de Dios.
La madre dijo estar emocionada, pero al mismo tiempo reconoció su tristeza porque nunca se había separado a tanta distancia y tiempo de su hijo, sin embargo, sabe que es por el bien de “Rojo”.
Por su parte, Adilia de Grenald, abuela del jugador, indicó que cuando ve a su nieto en la televisión queda a punto de que algo le dé, porque recuerda cuando tenía prácticamente que sacarlo del campo de serrín para que, por lo menos, comiera, porque con el estudio no tenía problemas.
“Siempre me decía que él quería jugar con los grandes equipos y que su nombre fuera reconocido a nivel nacional y lo ha logrado, por lo tanto, es la mayor alegría de su vida”, aseveró la abuela orgullosa.
Hermanos
David, quien es dos años mayor que Roberto, narró cómo se las arreglaban para jugar fútbol cuando eran más chicos, ya que según él, los muchachos de mayor edad no le daban demasiadas oportunidades, por lo que decidieron hacerse su propio campo.
Cuenta David que tuvieron que pedir permiso al dueño de un lote cercano a su casa en Isla Colón, el cual tuvieron que limpiarlo porque, según indicó, estaba lleno de hierbas y cuando llovía era difícil jugar por lo que decidieron poner serrín.
La tarea de armar esa improvisada cancha de unos 200 metros fue ardua, puesto que para llevar el serrín de un taller cercano se tuvieron que valer de lo que pudieran para acarrerarlo: latas, baldes, sacos, carretilla, cualquier cosa.
Allí, recuerda David, Roberto jugó su primer juego de primera división con el equipo del licenciado Lewis, luego lo vieron y después lo buscaron en el colegio para llevarlo al San Francisco.