Al que madruga...
Reverendo Había una vez un hombre virtuoso que con frecuencia regañaba a su hijo por el excesivo apego que este les tenía a las sábanas. Un
Había una vez un hombre virtuoso que con frecuencia regañaba a su hijo por el excesivo apego que este les tenía a las sábanas. Un día, para reforzar su argumento, le contó el caso de un antiguo vecino suyo que, por madrugar con los gallos, encontró en la calle una bolsa repleta de monedas de oro. Ante esto el hijo, que no era tonto sino perezoso, contuvo a duras penas la sonrisa, y respondió: «Pues creo, padre, que si se trata de madrugar, más madrugó el que perdió la bolsa.» Sin duda el pobre padre se había criado escuchando el refrán que dice: «Quien quiera prosperar empiece por madrugar.» De ahí que, respondón como ese hijo haragán, afirmé otro refrán: «No por mucho madrugar, amanece más temprano.» El refrán que sintetiza esta anécdota dice así: «El que temprano se levantó / un talego se encontró.» / A lo que el vago responde: «Más temprano se levantó / aquel al que se le perdió.» Pero el más conocido de esta familia de refranes es: «Al que madruga Dios lo ayuda.»
Para saber con certeza a quién ayuda Dios, precisamos saber cómo es Él, y para eso necesitamos conocer la Biblia, que es el libro que Él inspiró. Uno de sus pasajes más conocidos contiene el discurso más profundo y hermoso de la literatura universal. Allí en el corazón del Sermón del Monte, Jesucristo dice: «... no se preocupen diciendo: “¿Qué comeremos?” o “¿Qué beberemos?” o “¿Con qué nos vestiremos?” Porque ... el Padre celestial sabe que ustedes necesitan [estas cosas]. Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.» ¿Será posible que con eso de «buscar primeramente» Cristo nos esté insinuando que es el que madruga para buscar a Dios quien recibe su ayuda? Tal vez, pero es más probable que el sentido sea figurado más bien, y que se halle en esto que los padres apostólicos Clemente, Orígenes y Eusebio citan como palabras adicionales del Señor: «Pidan cosas grandes y les serán añadidas cosas pequeñas; pidan cosas celestiales y les serán añadidas cosas terrenales.» De todas formas, nos conviene madrugar en el sentido de buscar las cosas de Dios, es decir, las celestiales, que son las que más valen: el reino de Dios en el corazón y la justicia divina en nuestras acciones. Así de veras podremos contar con su ayuda.