Opinión - 07/4/18 - 06:15 PM

Con el alma en las manos Panamá Al Brown

Por: Cibeles De Freitas -

Dicen que cuando una mujer preguntaba: ¿es guapo o feo?, la respuesta era: no es ni guapo ni feo es simplemente extraordinario.

Alfonso Teófilo Brown el boxeador, el colonense, el héroe de multitudes, el amigo de Coco Chanel y amante de Jean Cocteau; su increíble porte, su puño veloz y certero, el hijo de esclavos que vinieron a trabajar a la construcción del Canal de Panamá, la increíble y cinematográfica vida del primer panameño campeón de boxeo, simplemente: Panamá Al Brown.El hombre, el deportista, el amante, el hijo, el artista, el panameño que puso a su país en el mapa en una época de cambio, difícil pero apasionante, el icono que muchos no conocen y es nuestra responsabilidad hacerlo…

Tengo casi una década obsesionada con la vida de este hombre, dando tumbos con un grupo de amigos queriendo rendir homenaje a esta, casi siempre, olvidada gloria panameña, al primer Campeón de Boxeo de Latinoamérica, pero esa es otra historia…

En los años 20 ser un boxeador latino era una mezcla agridulce, por un lado eran una especie de artistas, admirados y codiciados; amarga, porque la enredadera de sanguijuelas dispuestas a aprovecharse, chupar la sangre, el sudor y principalmente el dinero, dejaba a los deportistas enfermos, acabados, con el autoestima delgada y arrastrada.

París 1934

Panamá Al Brown se pasea por Paris, por primera vez libre de apoderados, con algo de efectivo en los bolsillos pero realmente estaba en bancarrota,  no se notaba. Vestía una moda inventada por él, cubriendo su esbelto cuerpo con trajes a la medida, sombrero de fieltro y chaleco, no a la cintura, sino a la altura del pecho. El gris contrasta perfectamente con su piel oscura, brillante, como lustrada,  enviaba su ropa a planchar a Londres porque decía que era el único lugar donde realmente lo hacían bien.  Por dentro empezaban a punzar sus primeras enfermedades:  llagas en las encías, que le hacían huir de los golpes a la cara, varias fracturas en los dedos y una sífilis maldita que siempre lo atormentaría. Pero nada hacia mella en el campeón, ese hombre de 5 pies y 9 pulgadas como mínimo, de 112 libras perfectas, impresionante puño, que era seguido e idolatrado en Norte, Latinoamérica y Europa, fue abusado por un racismo que era la única razón por la cual el panameño sentía minimizar su poder ante la prensa y críticos del boxeo de la época.

 Sufría en silencio, sufría cuando tenía frente a él a un contrincante en el ring, sabia del poder de su pegada, como esta aturdía, tumbaba, amedrentaba y muchas veces dejaba un daño irreversible. Era un caballero y amigo, como pocos en el deporte; muchas veces evitaba la carnicería, bailando, danzando, burlando el dolor ajeno y haciendo solo un par de movimientos, transformando momentáneamente esa delicadeza empática y sacando la bestia que habitaba en él. El boxeador gigante, el que todos esperaban y lanzaba ráfagas veloces que empujaban como untenía frente a él a un contrincante en el ring, sabia del poder de su pegada, como esta aturdía, tumbaba, amedrentaba y muchas veces dejaba un daño irreversible. Era un caballero y amigo, como pocos en el deporte; muchas veces evitaba la carnicería, bailando, danzando, burlando el dolor ajeno y haciendo solo un par de movimientos, transformando momentáneamente esa delicadeza empática y sacando la bestia que habitaba en él. El boxeador gigante, el que todos esperaban y lanzaba ráfagas veloces que empujaban como un resorte a todo el público que vitoreaba gritando, ovacionando, simplemente embrujados por ese hombre invencible que vencía dejando al contrincante casi al borde de la muerte con el rostro desfigurado mientras que el suyo permanecia perfecto.

 Empezó a obtener titulo tras titulo, ganar pelea tras pelea, mucho dinero y derrocharlo alegremente, mirando atrás su paupérrima niñez y huyendo de esa pobreza gris, queriendo alejarla con las manos, con lo puños, muy cerrados, con esos diez dedos fulminantes, con una técnica perfecta y casi primitiva, mezclando su simpatía innegable con su alma que simplemente nació boxeadora.

Al Brown seguía sintiéndose solo, acaba de morir su madre, y él estaba lejos de ella, de su patria, entraba en una vorágine de gloria y soledad.  Solitario, antes de salir al combate, mirando sus manos adoloridas y deformadas, amando y odiando el boxeo, dependía del deporte para vivir, para respirar, pero las heridas que este le provocaban en el alma y en su cuerpo no tenían fin y el dinero seguía jugando a llegar y salir, como lo fue desde el principio hasta el final de su vida.

Lejos estaba el día en que se convirtió en el campeón del mundo de los pesos mosca y peleaba sin parar en Nueva York rozando siempre la suerte y la miseria, con comisiones de boxeo que vacilaban entre la admiración y la codicia, representantes, sparrings, público hostil, fanáticos y lo peor, médicos corruptos que se vendían ante el a veces obvio mal estado del boxeador y permitían que se presentará con dolencias graves, a lo que Brown, triste pero retador y mirándolos a los ojos, les decía al bajar del ring: “Doctor, usted no es un caballero”.

Paralelamente a su vida en Estados Unidos, tenía gran cantidad de peleas en Cuba, España (quienes adoraban la personalidad chispeante y la alegría de Panamá Al Brown y él se sentía en casa por el idioma y la amabilidad) y el resto de Europa, en este periodo de los años 20, en todos los estados, excepto, Nueva York, asociados a la National Boxing Association reconocían su titulo de campeón mundial, incluso la prensa le llamaba el campeón sin corona, los de la comisión de boxeo de este estado, hacían lo imposible para no darle el reconocimiento a un negro, panameño (¿dónde queda ese país, anyway?!) una vergüenza para ellos.

El 18 de junio de 1929 en una pelea pactada, por primera vez para Al, a quince asaltos contra Vidal Gregorio, gana sin duda alguna y se convierte en campeón mundial de su categoría de peso pluma e inicia la fiebre de admiración como pocos boxeadores han conocido. Nuestro héroe comienza a ganar dinero, que salía de sus bolsillos a la velocidad que entraba; su apoderado de esa época Dave Lumiansky, un hombre extraño que llego a abusar tanto del boxeador hasta literalmente robarle las ganancias y dejarle solo lo necesario para vivir, con contratos que Panamá no sabía cómo terminar o quizá no quería, como una enfermiza relación que duraría años, donde había altos y bajos, donde a veces Al podía comprarse caballos de carreras (proporcionalmente igual de costosos a los de esta época, o sea, que no cualquiera puede o podía comprarlos y mantenerlos) y otras no tenía ni para pagar el hotel. Lumiansky le programaba peleas seguidas, en estadios grandes, calles, galeras, y Al solo quería regresar, después de muchos años a Panamá, donde por primera vez su pueblo lo esperaba con ansias, habían creado una comisión solamente con la finalidad de homenajearlo.

A sus recuerdos venían las calles de Colón, allí donde soñaba con los ojos muy abiertos, recordando como su padre, llegado especialmente para participar en los trabajos de construcción del canal, donde sobrevivió a muchos compañeros, que en 20 años de trabajos iban perdiendo la vida entre el fiebre amarilla y el paludismo, luego se dedica a vender legumbres y pan. Así, entre la Avenida Central y Calle 6  nació y vivió Alfonso Brown, el caserón todavía está allí, de muchacho vagaba como muchos otros, nada diferente, o quizá si… quizá boxeaba con su sombra, en los callejones grises, en los azoteas a la luz de la luna. El destino hace que empiece entrenamientos y peleas hasta lograr el título de campeón peso mosca que logro contra Sailor Patchett pero daba igual, no representaba efectivo ni avance en su carrera, se sentía como un gato encerrado y empieza a acariciar la idea de embarcarse a EU y simplemente lo hace, allí inicia a perfeccionar su técnica y un reinado que duraría hasta el inicio de la segunda guerra mundial.

En su regreso al istmo, los panameños habían hecho una colecta para comprarle un cinturón que costó 2,500 dólares y una parranda en el parque de Santa Ana, como dato curioso o más bien bizarro, las autoridades, para agasajarlo, le dieron a escoger entre el listado de presos que había en la cárcel de la ciudad, dos hombres y dos mujeres para liberarlos, Brown se sintió (¡con toda la razón!) extraño, más aún cuando un par de ellos eran amigos del barrio, los visitó brevemente en la cárcel, donde lo trataron como a la realeza, y se fue confundido. Rápido la admiración se fue transformando en indiferencia y Brown retorna a New York y a Dave.

En esa época, Panamá tenía un séquito tras él, seguía su racha de tener dinero para comprar autos, caballos, mujeres y empieza su afición desmedida por la champaña, que bebía incluso en el ring, pocos, muy pocos sabían el contenido en esa botella fría que tomaba entre asaltos, aunque a veces en otros tiempos, el escritor e intelectual Jean Cocteau le ponía soda en la botella para engañar a los contrincantes que sabían de sus gustos por el alcohol, incluso siempre se le escuchaba decir que “un día sin champaña es un día perdido, por lo menos había que tomar una botella al día”.  Se cambiaba de ropa hasta 6 veces al día y en un momento dado hizo que su peluquero le afeitará desde el cuello hasta la nuca y dejarlo largo arriba, eso le daba un aspecto como si tuviese un corona, se había auto coronado!!!, aún sin conocerlo para los demás la impresión era la de un hombre sumamente elegante, guapo y distinguido… y famoso además.

Pero estaba empezando a hundirse en el opio, en los dolores que solo con calmantes mitigaban el dolor, a pesar de eso cuando se quitaba la bata se apreciaban claramente sus piernas torneadas, de cobre, fuertes, a veces, estando hospitalizado con un pulmón a punto de colapsar, su apoderado lo miraba fijamente, Brown sabía que había detrás de esos ojos… solo había una pregunta: ¿cuándo te levantas a boxear?, estaba prisionero y la vez dependía de él, de su apoyo antes de las peleas, de su actitud casi paternal pero siempre traicionera, se aprovechaba de lo poco que el boxeador sabía de manejar cuentas, de los pagos.

En 1933 se suelta de sus garras y se embarcó, con otros boxeadores en una gira por África del Norte (Algeria, Casablanca y Orán), que le generó la paz que tanto necesitaba, por primera vez tenía unas casi vacaciones que no pretendía abandonar, la vida al aire libre le hacía mucho bien. Junto a Josephine Baker, Al, era un icono de raza negra, símbolo de éxito y superación.

En el Paris de esa época, todas las semanas había boxeo. Brown seguía pero cada vez era más notorio que su salud desmejoraba y que su estilo de vida de cabaret y trasnochadas estaban haciendo que su profesión se viera afectada, su edad, que él guardaba celosamente, estaba avanzando, a pesar de ello se le seguía admirando, el público lo quería tocar, se dejaba fotografiar, en las noches de rumba tocaba la batería para grupos de jazz, la mala vida le paso factura y perdió su título el 1 de julio de 1935 contra Baltazar Sangchilli en Valencia, España.  Brown mantuvo su titulo 9 veces y tuvo diversas peleas antes de un pelea de revancha contra Gustave Hummey que terminó en desastre.  El 17 de mayo de 1934, Al Brown fue descalificado en Paris en el sexto asalto por el uso de supuestas tácticas ilegales. Los fanáticos iniciaron un motín en contra de los árbritos y jueces en donde  Brown quedó con varios huesos quebrados y casi inconsciente,  20 minutos después el local había quedado casi destruido por los fanáticos.

Brown tuvo que empezar a bailar “claqué” para ganarse la vida, por ese tiempo conoció a Jean Cocteau quien convenció a su amiga Coco Chanel para que financiara el entrenamiento para que Al volviera al boxeo.  Se retiró a la finca de descanso de Chanel, quién consciente del talento de Brown se la presto, el panameño tenía ya 35 años, aunque a los periodistas les decía que tenía 29. Cocteau, lleno de opio, veía su sueño hacerse realidad, Al se reconstruía, y simplemente volvió.

Tuvo un gran retorno, pero al saberse en la cumbre, descuido el footing y a los sparring, pero igual seguía ganando. En ese entonces empieza su relación con Cocteau, perfecta para el poeta en su papel de artista, llena de comentarios e insinuaciones para Brown. Un espíritu tan exquisito como Jean Cocteau le dedicó muchas páginas al pugilismo tras conocer a Panamá Al Brown, aquel campeón de color que fue un “artista del ring”, un bailarín, un mago de la improvisación y del golpe por sorpresa, un estilista. Traemos a colación una cita de Cocteau, al que convirtió en su amante y de quien habló en su discurso de ingreso en la Academia Francesa: “¡Desconfiad, deportistas! Tendréis que mediros cada vez con un príncipe del cuadrilátero, un fenómeno, un brujo, un acróbata, un psicólogo, un espectro, un sonámbulo, un poeta; en una palabra, un boxeador”.

 ¿Boxeador, panameño, negro, con sífilis y homosexual?; era demasiado para la época. Cuando Al Brown comenzó a perder, el escritor lo involucro en presentaciones que lo humillaban, en circos, donde cantaba y bailaba, imitaba estar en un ring, eso marco el fin de su relación. Me gustaría resaltar, tomando en cuenta los años en los que vivió Brown que su bixesualismo no fue ni representó gran problema o causa de dilema para él, mucho más lo fue el racismo feroz del cual fue objeto.

Después de realizar sus últimos combates en Panamá, peleando contra Leocadio Torres por el cinturón de peso pluma el 20 de septiembre de 1942 y derrotando en su última pelea a Kid Fortuna en diciembre del mismo año, Al Brown nuevamente se instala en Nueva York donde siguió haciendo presentaciones y como preparador, a veces dormía en el Central Park y los últimos dos años de su vida los paso en hospitales, “Panamá” Alfredo Teófilo Brown murió el 11 de abril de 1951 de tuberculosis y añorando su patria. Nadie reclamo su cuerpo, días después unos amigos se enteraron de su deceso y fueron a buscarlo diciendo que eran su familia, le entregaron su cuerpo metido en una caja de pino. De bar en bar lo llevaron, brindando y despidiéndolo, pidiendo dinero para su entierro, al final, borrachos, lo volvieron a dejar  en la entrada del hospital, y se gastaron todo en más licor. ¿cómo Tratar La Impotencia Masculina?. Fue enterrado en Long Island, su país lo reclamó y descansa en el Cementerio Amador Guerrero. Se cree que el record final de Panamá al Brown es de 133 ganadas, 18 derrotas y 13 empates; ganó más de 60 knockouts, ubicándolo en la exclusive lista de boxeadores que han ganado 50 o más batallas por knockout.  Además Al Brown fue reconocido y es miembro del International Boxing Hall Of Fame.

Su vida tuvo tantos éxitos, tristezas, aventuras, amores, diversión y fama que este articulo se queda corto, les recomiendo el libro “Panamá Al Brown 1902-1951” de Eduardo Arroyo, virtuoso pintor y periodista español quién dedicó muchas de sus obras al boxeador, y que esta brillantemente escrito con detalles muy bien documentados y con una hilación de la historia impecable.

Todos los panameños somos Panamá Al Brown, nos enfocamos en un sueño y lo logramos no importa que tan grande sea, pero a veces no sabemos cómo mantenerlo, tenemos la fuerza que sale de las entrañas de lo que somos, simplemente dueños de un país pequeñito pero somos grandes, muy grandes. No olvidar es vital, les invito a recordar a Teófilo Panamá Al Brown, nuestro campeón.

 


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