El arte de hablar sin palabras

A pesar de que las palabras pierden con frecuencia su significado, son un instrumento portentoso de comunicación. Pero se convierten en algo más vulnerable e ineficaz para

José María Jiménez José María Jiménez

A pesar de que las palabras pierden con frecuencia su significado, son un instrumento portentoso de comunicación. Pero se convierten en algo más vulnerable e ineficaz para reflejar el laberinto de nuestros sentimientos.

Cuando la muerte de un ser querido les reúne en torno a su féretro, no faltan quienes, llevados por su ansiedad, recurren a discursos que para nada sirven y muy poco consuelan. En tales ocasiones, el silencio expresa la tristeza que uno comparte con el familiar más próximo del fallecido, el respeto, el propósito de acompañarlo. Un silencio empático que reconforta sin ruido y transmite afecto y cercanía.

Los gestos, al igual que los silencios, pueden transmitir un sinfín de sentimientos, son la voz de nuestro cuerpo, de nuestras expresiones. La confusión, el desacuerdo, la solicitud o el servicio son algunas de sus manifestaciones.

El gesto del voluntario que revela a través de su servicio que es posible un mundo más fraterno y más habitable. El maestro que sacrifica su hora de descanso para prestar una especial atención al niño con problemas, huérfano de recursos…

No solo los silencios y los gestos hablan; también las miradas.

No hacen falta grandes discursos, ni especiales dotes de oratoria para trasmitir lo que se piensa, se quiere o se siente. Quienes nos rodean se comunican con nosotros de forma continua. Si se consiguen descifrar, no pasarían desapercibidos los innumerables mensajes que nos llegan por canales distintos de aquellos por los que circulan las palabras.

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