El cuerpo

Por: Por: Roquel Iván Cárdenas Catequista -

En ocasiones tenemos la mala costumbre​ de culpar a los demás de nuestras fallas. En nuestra relación con nosotros mismos, no es la excepción. En más de una ocasión me ha tocado escuchar a personas culpar a su carne por los pecados cometidos. Es cierto que no debemos sentirnos orgullosos de haber fallado, sin embargo, es muy importante que asumamos la responsabilidad total de nuestras fallas y no procurar culpar a una parte de nuestro ser como si la misma estuviera fuera de nuestro control.

Peor aún, cuando escucho a personas confundir la palabra carne con el cuerpo y por esta confusión terminan culpado a su corporalidad de los pecados cometidos. San Pablo, en la primera Cartas a los Corintios 6,13s, nos dice: "Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder".

Vemos que el cuerpo es importante para Dios. Al hombre lo dividimos en dos partes, cuerpo y alma, para poder comprenderlo mejor, pero sabiendo que en el actuar esta división es imposible porque actuamos como un ser unitario. La carne (concupiscencia) la debemos combatir, pero al cuerpo no. Nuestra vida espiritual exige el respeto y cuidado de la vida corporal, pero no bajo la concepción equivocada de “dar al cuerpo lo que pida” o los que hacen del cuerpo un valor absoluto, como si el hombre fuera solo materialidad. Consiste en valorar la vida y la salud física como un don precioso de Dios.

Viviendo la virtud de la templanza, que nos lleva a evitar toda clase de excesos en comidas y bebidas, procurando evitar cualquier cosa que nos haga daño, aunque su consumo nos produzca placer.

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