Gloria institutora
Por: Yadira Roquebert Periodista -
Cuando ingresé al cuarto año del Instituto Nacional, conocí líderes del movimiento estudiantil que actualmente son reconocidos profesionales. Mi padre, un hombre de carácter, responsable, que no creía en cuentos ni historias, nos matriculó allí porque era la escuela más cercana a casa. Mis hermanos y yo logramos graduarnos satisfactoriamente.
Nuestra participación en movimientos estudiantiles estaba limitada, tras la advertencia que desde el día uno nos dio papá al enfatizar: “Ay de que los vea en la calle en una manifestación tirando piedras, que allí mismo los recojo”. Solo pensar en que me arrastrarían por la cabellera era suficiente para seguir la orden.
En una ocasión escuché sonar la campana que avisa que hay anuncio en el patio, pero era más interesante el laboratorio de Química que estábamos realizando; una hora después, nos enteramos de que la escuela estaba rodeada de policías y que éramos los únicos en el plantel. Lo primero en que pensé fue en el castigo que recibiría, pero gracias a Dios, unos profesores nos ayudaron a salir del colegio y logré llegar a casa.
Transcurrieron tres años de estudios en el Instituto Nacional; participé de grupos de teatro, canto y redacción, y en el batallón femenino, lo que me permitió representar al colegio en los desfiles patrios.
Como “aguilucha” orgullosa de su alma máter, no acepto el grado de vandalismo que está viviendo el plantel, donde un grupo minúsculo apadrina a estos delincuentes uniformados, pues no son capaces de denunciarlos y salvar su año escolar. O quieren provocar que las esfinges abandonen el Nido de Águilas que por años han custodiado.
En mi Panamá, el país de las oportunidades, los profesores y estudiantes responsables exigen seguridad; la ministra de Educación debe tomar una decisión definitiva y ejemplar; los padres de familia tienen que involucrarse, y todos juntos evitar que las cariátides de bronce levanten el vuelo ante la presencia de pandillas que desvirtúan la auténtica rebeldía juvenil.
Hoy vivo agradecida de mi padre que con carácter me dio una educación y se atrevió a liderar una familia, ¿cómo no honrarle y cuidarle a sus 80 años? Él cumplió conmigo, ahora me toca cuidar de él. ¿Dónde quedó la gloria institutora que llevaba a defender ideales? ¿Y la participación de los padres que con disciplina educaban a sus hijos en el hogar? Todos juntos recuperemos la gloria institutora. ¡Ahhh!… falta un cuarto vagón.