La envidia engendra el odio
De la soberbia, pecado que en el fondo busca ocupar el lugar de Dios, nace la vanagloria, que desea siempre la gloria humana a como dé lugar
De la soberbia, pecado que en el fondo busca ocupar el lugar de Dios, nace la vanagloria, que desea siempre la gloria humana a como dé lugar y de ahí viene la envidia que se entristece cuando otro logra alcanzarla por méritos propios. “No seamos codiciosos de la gloria vana, provocándonos y envidiándonos unos a otros” (Gal 5,26). Por eso se irrita el envidioso cuando aquel alcanzó triunfos que él no ha podido alcanzar y esa cólera reprimida lo lleva a murmurar, a especular falsedades que le resten valor al éxito del otro y se alegra cuando le va mal a su víctima, gozándose morbosamente.
La envidia es el virus que corroe cualquier relación de cercanos en profesión, amistad, familia, vecindad y es capaz de destruir cualquier vínculo de hermandad. No se da regularmente entre personas lejanas, sino entre los que conviven y tienen alguna relación particular como pertenecer al mismo gremio. La envidia es como un cáncer silencioso que destruye la convivencia y la armonía en una comunidad. El apóstol Santiago (3,16) dice: “Pues donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad”.
Por envidia se mata a Jesús a quien llamaban comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores. Los que detentaban el poder religioso no resistían que Jesús congregara multitudes y que fuera escuchado y que creyeran en su palabra.
El envidioso se daña a sí mismo, ya que “la envidia roe y consume el alma a quien infesta. Y así como dicen que las víboras nacen desgarrando el vientre materno, así también la envidia suele devorar el alma que la fomenta” (San Basilio).
La envidia es lo contrario al amor: “El amor es paciente, servicial; no es envidioso, no actúa con bajeza, no busca su interés, no se irrita… Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor, 13, 4-5.7). El que ama se alegra con el triunfo del otro y se entristece con su fracaso. Reconoce los valores, carismas, cualidades del otro y los alaba.