La envidia engorda el odio
Rómulo Emiliani /Monseñor De la soberbia, pecado que en el fondo busca ocupar el lugar de Dios, nace la vanagloria, que desea siempre la gloria humana
Rómulo Emiliani /Monseñor
De la soberbia, pecado que en el fondo busca ocupar el lugar de Dios, nace la vanagloria, que desea siempre la gloria humana a como dé lugar y de ahí viene la envidia que se entristece cuando otro logra alcanzarla por méritos propios. “No seamos codiciosos de la gloria vana, provocándonos y envidiándonos unos a otros”, (Gal 5,26). Por eso se irrita el envidioso cuando aquél alcanzó triunfos que él no ha podido alcanzar y esa cólera reprimida lo lleva a murmurar, a especular falsedades que le resten valor al éxito del otro, y se alegra cuando le va mal a su víctima, gozándose morbosamente.
La envidia es el virus que corroe cualquier relación de cercanos en profesión, amistad, familia, vecindad y es capaz de destruir cualquier vínculo de hermandad. No se da regularmente entre personas lejanas, sino entre los que conviven y tienen alguna relación particular como pertenecer al mismo gremio.
San Basilio dice que “no existe envidia entre los que no se tratan, sino entre los muy cercanos; y entre estos, a los primeros que se envidia es a los vecinos y a los que ejercen el mismo arte o profesión, o con quien se está unido por algún parentesco… y en suma, así como el tizón es una epidemia propia del trigo, así también la envidia es la plaga de la amistad”. La envidia es como un cáncer silencioso que destruye la convivencia y la armonía en una comunidad. El apóstol Santiago (3,16) dice: “Pues donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad”.
Por envidia se mata a Jesús a quien llamaban comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores. Los que detentaban el poder religioso no resistían que Jesús congregara multitudes y que fuera escuchado y que creyeran en su palabra. “Pilato sabía que le habían entregado a Jesús por envidia”, (Mt 27,18). Por envidia se perseguía a la Iglesia primitiva que congregaba lenta pero eficazmente gente en todo el imperio y de hecho Pablo es perseguido por envidia. “Los judíos, al ver a la multitud, se llenaron de envidia y contradecían con blasfemias a cuánto Pablo decía”, (Hechos 13,45).
La envidia es lo contrario al amor: “El amor es paciente, servicial; no es envidioso, no actúa con bajeza, no busca su interés, no se irrita… Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”, (1 Cor, 13, 4-5.7). El que ama se alegra con el triunfo del otro y se entristece con su fracaso. Reconoce los valores, carismas, cualidades del otro y los alaba. El que ama, inclusive, busca imitar al que se supera y aprende las lecciones tanto del que triunfó como del que fracasa, pero sin hacer “leña del árbol caído”. El que ama destierra de sí constantemente todo mal sentimiento, pidiéndole a Dios la purificación y sabe que con Él es invencible.
Mons. Rómulo Emiliani