Opinión - 27/3/14 - 12:41 AM

La leyenda del viento

Poco después de hacer al primero de los indios wawenock, Dios observó incrédulo una creación ajena a la suya. —Y tú, ¿de dónde has salido? —preguntó

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Hermano Pablo

Poco después de hacer al primero de los indios wawenock, Dios observó incrédulo una creación ajena a la suya.

—Y tú, ¿de dónde has salido? —preguntó desde las alturas.

—Yo soy maravilloso —dijo Gluskabe—. Nadie me hizo.

Lo cierto era que de los restos de barro que habían quedado del primer ser creado, Gluskabe se había hecho a sí mismo. Esto no cuajaba bien con el Cacique Supremo, así que se puso al lado de Gluskabe y le señaló el universo.

—Mira mi obra. Ya que eres maravilloso, muéstrame qué cosas has inventado.

—Puedo hacer el viento, si quiero.

Gluskabe sopló a todo pulmón, pero el viento murió tan pronto como había nacido.

—Yo puedo hacer el viento —reconoció Gluskabe, cabizbajo—, pero no puedo hacer que el viento dure.

Ya harto de semejante presunción, Dios sopló con tanta fuerza que Gluskabe se cayó y perdió todos los cabellos.

Esta leyenda de los wawenock encierra una lección muy valiosa para los que, al igual que Gluskabe, se han formado por su cuenta, sin la intervención de Dios. La moraleja es esta: Dios es el único que puede hacer que algo dure. Eso no quiere decir que no sean dignos de elogio quienes han llegado a su posición actual por sus propios esfuerzos, sino solo que el fruto de esos esfuerzos no dura. El viento que son capaces de crear, cada uno a su manera y según sus talentos, es como el viento que creó Gluskabe: muere tan pronto como nace. Llegan a ser «hijos de sus propias obras» y no de Dios, porque confían en esas obras y no en Dios. A eso se debe que haya tantos que han llegado a tener todo lo que les parecía que los iba a hacer felices —el dinero, el placer sexual y el poder—, y sin embargo, son las personas más infelices del mundo. Si no se suicidan, no es por falta de deseos ni por escrúpulos, sino por cobardía y por temor a la muerte. Transitan por ese callejón sin salida porque ignoran que son inútiles sus esfuerzos por que perduren esas obras suyas que tanto trabajo y fatiga les han costado. Y esto porque ignoran lo que aprendió Gluskabe: que solo Dios puede hacer que algo dure.

Por lo tanto, para que perduren sus obras, tendrán que caminar en dirección contraria, asegurándose de que esas obras sean de Dios. Y esto solo podrán lograrlo si se disponen a ser instrumentos en las manos de Dios. Una vez que lo hagan, podrán afirmar, como san Pablo: «Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que él me concedió no fue infructuosa. Al contrario, he trabajado con más tesón que todos..., aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo».


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