La mansión de mi tía Eva

Sucedió en el año 1951, y la impresión que me dejó nunca la he podido olvidar. Mi esposa y yo estábamos de visita en casa de un

Hermano Pablo

Sucedió en el año 1951, y la impresión que me dejó nunca la he podido olvidar. Mi esposa y yo estábamos de visita en casa de un tío a quien no habíamos visto por años. Su esposa, mi tía Eva, estaba enferma con cáncer. Ella ya había sufrido una operación, pero no habían podido detener la enfermedad.

Durante mi visita, que duró una semana, ella nunca dio indicios de dolor. Al contrario, se reía y hacía sus quehaceres con alegría.

Un día le pregunté a mi tío cómo podía ella mostrar tanta conformidad.

—Parece, Pablo —me contestó—, que ella vive en otro mundo. Está muy grave, y tiene dolor constante, pero nunca se queja. Es más bien una muy viva y genuina esperanza lo que ella tiene.

Ante eso, le pregunté:

—¿Acaso cree ella que se va a sanar?

—¡Oh, no! Al contrario, ella sabe que va a morir. Su esperanza consiste en la otra vida. Tiene una especie de ansia de morir: como quien va de vacaciones y no se aguanta porque está llegando la hora de partir.

Eso me dejó hasta débil. Yo sabía a qué esperanza se refería él, pero nunca la había sentido tan de primera mano.

El día que partimos, ellos estaban en la puerta, dándonos el último adiós. De repente, mi tía dijo:

—Pablo, quisiera cantarles algo antes de que se vayan.

Ella no tenía voz de cantante, pero tenía un canto en el corazón, así que comenzó a entonar esta canción: «Yo tengo mi mansión, al otro lado del río. / Mi Cristo me espera con anhelo. / Por eso no estoy triste, aunque sigo sufriendo. / Porque yo sé que pronto tendré mi recompensa».

Cuando terminó de cantar, yo tenía un gran nudo en la garganta. Di la vuelta para ocultar la emoción que me embargaba, abordamos nuestro vehículo y partimos. A los seis meses, mi tía Eva partió. Porque para una persona con una fe tan viva no hay muerte; sólo traslado.

Dios nos creó a todos para ser eternos, y desea que pasemos la eternidad con Él. Esa esperanza puede ser también nuestra. Jesucristo les dijo a sus discípulos: «En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas.... Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté» (Juan 14:2,3).

Aceptemos esta fuente de esperanza. Cristo nos ofrece a todos la vida eterna.



Para comentar debes registrarte y completar los datos generales.