La mentira comienza por uno mismo

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Se calcula que cada día oímos o leemos más de 200 mentiras. En el fondo necesitamos aparecer lustrosos ante los demás para que nos acepten y creernos nuestras propias fabulaciones.

Robert Trivers, profesor de Psicología en la Universidad de Harvard y de Antropología y Ciencias biológicas en la de Rutgers, resume que los humanos somos unos mentirosos redomados, aunque no seamos conscientes de nuestras fabulaciones. De hecho, la mayoría de ellas no son intencionadas, sino que forman parte de un peculiar mecanismo evolutivo que nos ha permitido obtener ventajas sustanciales y múltiples beneficios.

Mentimos no solo de palabra, sino con otras muchas formas no verbales: para disfrazar nuestra verdadera apariencia y nuestro olor corporal usamos maquillaje, artículos para el cabello, cirugía estética, ropa y otras formas de adornos y fragancias. Y lloramos “lágrimas de cocodrilo”, ofrecemos sonrisas insinceras, fingimos orgasmos y decimos frases falsas como “que tengas un buen día”.

Mentir es un acto consciente, aunque no todo el mundo es capaz de hacerlo. El filósofo Alexander Pope aseguraba que “el que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar 20 más para sostener la certeza de esta primera”. O sea, para mentir hay que tener memoria; si no, la mentira se acaba volviendo en tu contra… Y no todo el mundo es capaz de sobrellevar el peso de la culpa, por lo que al final uno se ve obligado a confesar.

En los últimos tiempos, diversos personajes públicos se han visto obligados a confesar sus falacias. ¿Y los políticos de los que todo el mundo habla? ¿Y los economistas incluso? Eso es harina de otro costal.

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