Leer, hábito insuperable
La lectura, herencia ancestral, ha batallado siempre contra la ignorancia holgazana. En nuestra existencia conviven dos universos: el de la claridad y el de la oscuridad, al primero pertenecen los iluminados, también predestinados amos de esa herencia, y en el segundo están los suscritos a la inhabilidad fatua que se toma el tiempo para hacer nada, a ellos les sobran las horas para vivir acampados bajo la sombra del árbol frondoso.
Ah mundo! Leer para borrar las aberturas profundas y siniestras nacidas al calor de la ceguedad engendrada por el desconocimiento. La vida entera gira alrededor de esta dignificante y benevolente actividad marcando la diferencia, obra inmensa e impresionante de difícil compenetración, pero de resultados copiosos cuando se sabe ejecutar.
Leemos con perseverancia cuando sostenemos el amor por ella, fundado al calor del pasado que ya nos abandonó. Este recurso en el que se abonan los buenos hábitos era acicalado por el maestro con compenetración infinita, en el que las gráficas colocadas en lugar visible denunciaban las habilidades cuantificadas por semanas en mejoramiento o detrimento de la actividad, dependiendo del adelanto o estancamiento observado, dándose los llamados de atención o felicidad dependiendo de lo cosechado, dicción y respeto rígido por los signos de puntuación. Lectura silenciosa, en ella se medía la capacidad retentiva, aquí la inteligencia se procuraba el primer puesto arrasador, novelas como