ROBERTO LEWIS

ROBERTO LEWIS

ROBERTO LEWIS

Por: José Morales Vásquez [email protected] -

Sigue una figura de mujer que, haciendo alarde del más puro clasicismo, se levanta gallardamente, de espaldas al observador, sobre un pedazo de fondo claro. Tropezamos en el camino con una banda de amorcillos que, como en coro de alados copos de nieves sonrojada por la Aurora, cruza en un bullicioso trinar de alegres golondrinas. Nos encontramos con la Fama, que tendida sus alas azules, levanta al cielo sus trompetas de oro anunciando que ha llegado la hora de la redención. Entre el Sol, que nace, y la Noche, que huye, la Fama es un gran estudio de luz, donde el talento de Lewis ha hecho de sus vastos y sólidos conocimientos de la estructura humana.

El juego de luz directa y de luz refleja que se ha derrochado sobre esta figura denuncia una finura de observación que hace esperar que Roberto Lewis grabara su nombre de artista a la altura donde lo han puesto los grandes maestros.

Encontramos luego las Artes, que se mueven en una vaga penumbra azul llena de dulces suavidades…

Sobresalen entre todas la Danza, representada por una figura que, con medio cuerpo perdido entre la sombra, se levanta gallardamente en un valiente y noble escorzo. Los rayos del sol tiñen por un tercio de la espalda la figura y es admirable la profusión de detalles anatómicos de ese cuerpo cuya belleza de líneas se adivina por preciosísimos toques de luz diseminados con una precisión técnica que asombra y que lleva a la convicción de que Roberto Lewis es un artista consciente de su arte y de la naturaleza.

Hay que detenerse un momento a examinar esa figura de la Danza que se yergue verticalmente, cuyo cuerpo contorsionado con violencia denuncia un cerebro enfermo del mal de París, de aquel mal que sugirió a Falguière la creación de aquel mármol macabro, respirante de vida y de color, que mortifica y que encanta a la vez, que choca y que seduce y al cual bautizó con el mismo nombre de la figura de Lewis.

Finalmente, Apolo, el dios de la luz y de las artes aparece a completar la apoteosis dirigiendo el huracán de su flamígera cuadriga… Envueltos en la llama de oro del Sol que nace, los corceles no se ven casi, apenas si se presienten por el resoplido de sus narices ensangrentadas que se dilatan en el vértigo de la carrera, por el silbar avendavalado de sus crines que se tiene como bandera de triunfo y por el repique sonoro de sus cascos dorados de luz solar, que atropellan las nubes de la aurora, levantando en el amanecer un mágico reguero de esmeraldas, de rubíes y de estrellas.

Y la obsesiona el frenético empuje de esa cuadriga que, amenazadora como una tempestad, cruza sobre nuestras cabezas en un elegante y silencioso vuelo de palomas”.

Artículo publicado en la prensa de 31 de marzo de 1908. Reproducida en “Épocas” segunda era pág. 5 -1999.

Palabras de Rodrigo Miró al inaugurarse el 12 de marzo de 1974 la exposición de la Galería de Arte Chase Manhattan Bank.

Por la cronología, Roberto Lewis (1874 – 1949) es quien primero se hace visible en el horizonte de nuestras artes plásticas.

Ya en el año de 1896 se le encuentra en la nómina de dibujantes y pintores de la ciudad. Y al año siguiente viaja a París a continuar estudios de pintura. Se registra como alumno de la Academia de Bellas Artes, a cargo del profesor Dubois, y luego en el taller de Bannat, de donde saldrá casi enseguida para hacer el aprendizaje libre de la bohemia de su tiempo.

Son momentos en que la pintura europea vive –y en la capital de Francia– uno de sus más gloriosos capítulos.

Tres generaciones de artistas han transformado desde sus cimientos la pintura de Occidente, apoyados en sus nuevas teorías acerca de la teoría acerca de la luz y el color.

Un intenso afán experimental se traduce en el florecimiento de diversas escuelas y extraordinarios talentos coincidiendo unos y otros en su evidente desapego por la Academia.

Lewis tendrá oportunidad de confrontar personalmente esa realidad. Y si por cuestiones de temperamento no le atraen las novedades extremas, sus cuadros de aquellos días muestran visibles aproximaciones al impresionismo, lo que se advertirá todavía años más tarde en lienzos como el hermoso retrato de D. Joaquín Méndez. De entonces data también su afición por pintar al aire libre, afición que dio origen a un aspecto fundamental de su obra, representada de forma ejemplar en la primera serie de “Tamarindos de Taboga”.

CONTINUA

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