El Vidajena
Por: Redacción -
El pacierazo Sebastián se la pasaba todo el día escuchando la radio. Apenas se levantaba ponía su emisora favorita. Mientras iba al baño comunal del patio limoso llevaba el receptor escuchando el noticiero matinal, no para estar al día con las últimas noticias si no para deleitarse escuchando la voz melodiosa de su locutora preferida, la muy popular Clavelito. Mientras se echaba su regaderazo seguía escuchando a la mujercita de la voz de oro, la chichi de sueños.
Desayunaba escuchando a Clavelito conversando con sus radioescuchas que la llamaban para poner quejas sobre problemas comunitarios. Al marchar para el trabajo, se despedía de su quita frío, Conchita, con un beso no tan amoroso, porque sus pensamientos y su corazón estaban con la invisible Clavelito. Después, mientras pegaba bloques en la construcción seguía deleitándose con la voz de la guial.
Cuando Clavelito terminaba su turno y era reemplazada por otra guial, el paciero apagaba el radio y se entregaba por completo al trabajo y entonces, todos sus pensamientos eran para su amada, a la que esperaba conocer algún día.
Y el buaycito hacía planes para cuando conociera a la locutorcita de la voz cantarina. Dejaría a Conchita para matrimoniarse con esa guial que le quitaba el sueño. Apenas amanecía volvía a sustraerse de la realidad escuchando a la locutora más popular de Panamá.
Conchita se había dado cuenta de la pasión que devoraba a su quita frío y le gritaba en iracundos accesos de celos que estaba loco, que esa guial jamás le haría caso, porque lo más seguro es que estaría casada y con come arroces. Pero, Sebastián seguía escuchando a Clavelito hasta que terminara su turno.
Hace poco Conchita llamó por su celular pre pago a la locutora y le dijo que no fuera tan coqueta por la radio porque su marido estaba enloquecido por la forma en que se dirigía a los escuchas. Clavelito le dio su buena trapeada, pero la mujer seguía atormentada por los celos y continuaba jorobando a la locutora.
A todo esto, Sebastián no sabía cómo hacer para conocer a Clavelito. A veces cobraba valor y la llamaba, pero la chichi le tiraba el teléfono porque no quería hablar con tipos ñames. Y no sólo Sebastián la jorobaba si no toda una legión de admiradores tanto de los patios limosos como de todos los barrios de la ciudad, tanto ricos o pobres. También la enamoraban desde poblados de la campiña interiorana.
El paciero se imaginaba que Clevelito era una preciosa fulita de unos veinte añitos, con un cuerpecito parecido al de Paris Hilton y rostro tan lindo como el de Shakira. Y tomó la decisión de ir a la emisora con cualquier excusa para conocer a la locutora de sus desvelos.
Cometió la indiscreción de contar sus planes amorosos a la perversa y raca taca Sedoína, la prófuga de la prisión de Los Algarrobos en Chiriquí, quien ni corta ni perezosa le pasó el dato a Conchita. Cuando anteayer en la mañana vio que Sebastián se puso sus mejores galas, se puso mucho perfume Vente Conmigo y se dirigió alegremente al encuentro de la que él pensaba era la más deseable de las hijas de Eva, Chenchita se puso unos jeans bien ajustados y una blusa ombligo afuera y lo siguió a prudente distancia.
Cuando llegaron a la emisora Sebastián dudó un poco antes de entrar, pero al fin se decidió. Cuando estuvo frente a los estudios preguntó por Clavelito y le dijeron que en esos momentos salía del estudio A. El man vio una mujerzota gordota, barbuda, como de cincuenta años, musculosa, sin formas femeninas, con el cuero como una tabla de lacar. Le preguntó si era Clavelito y la hembrita, con voz ronca, como la de un Robocop le respondió que sí, sonriente y coqueta.
Al paciero casi le da un faracho y huyó, creyéndose a salvo de un abrazo de oso de la que pensó que era toda una beldad. Pero, abajo lo aguardaba su poder ejecutivo, quien le gritó que