Viva - 11/7/12 - 07:55 PM

El Vidajena

Por: Redacción -

La doñita Calamidad, una viuda de 45 años, todavía muy apetecible y a quien le llovían las proposiciones de matrimonio, tenía el hijo más bobalicón del patio limoso. Era un buaycito gordo, gordísimo, alto, con los ojos saltones, y siempre andaba con la boca abierta. Nadie recordaba su nombre de pila. Se le conocía como Bobo.

Los vecinos mala gente se burlaban del palurdo y las guiales más lindas y sexis le hacían muecas despreciativas cuando Bobo las miraba demasiado, con hambre vieja. Ninguna le hacía caso a las proposiciones del idiotón. Aún a sabiendas de que ninguna bella curvilínea le hacía caso, el pasiero Bobo continuaba enamorándolas. Las invitaba a beber una soda donde el chinito, y es que el man no estaba en condiciones de trabajar, y las mujercitas se reían en su cara y movían sus facciones imitando el rostro bobalicón de Bobo.

Don Calandrino, un amigo sincero de doña Calamidad, quien había conocido al padre del bobalicón, conversaba con la doñita y le decía que ese pelao, es decir, el mayuyón (porque ya tenía dieciocho años) era un vétero que no salía de las cantinas de Calidonia, donde tenía su gallada.

Cuando terminaba de rendirle culto a Baco iba en busca de su quitafrío de asiento y la requería en amores. Doña Calamidad se sentía atraída por su quitafrío y cuando menos lo esperaba quedó preñada de Bobo. Grande fue tristeza por la mala suerte de tener un hijo que se fue transformando en un retrasado mental y con una deformidad espantosa. Siempre andaba con la boca abierta, y por allí se le metían las moscas.

Todos los vecinos en el patio limoso coincidían en que Bobo era un laopecillo de buen corazón. No hacía daño a nadie. Era muy servicial. Siempre estaba presto para hacer mandados a los vecinos y cuando el único servicio sanitario de la vieja casa estaba tapado buscaban a Bobo para que lo destapara con una bomba y luego le pedían que lo limpiara. Lo ocupaban para los oficios más humildes y el pelao nunca se negaba.

En el patio limoso había una preciosa criatura que acababa de cumplir los 18 añitos y era todo un manjar, del que se prendó Bobo. Al principio, la guial, de nombre Selena, lo despreciaba y hasta lo insultaba por atreverse a poner sus ojos ávidos en su figura delicada y al mismo tiempo muy sexi.

Pero, luego, Selena lo pensó mejor y lo utilizó como mandadero. Como ella vivía sola con su mamacita, que siempre estaba en la calle trabajando, mandaba a Bobo al mercadito de Calidonia a comprar la libra de mondongo, y porque Bobo tenía cara de hambriento y su madre doña Calamidad llegaba tarde del trabajo a preparar el mondongo, entonces Selena le daba un plato bien colmado de mondongo.

A veces Selena amanecía con pereza porque la noche anterior se había ido de farra con su marinovio, un famoso cantante de reggae, Mister Babalí-Ayé. Este era un negrito de Río Abajo que era la sensación de la juventud y Selena, una guial blanquita de pelo castaño, estaba caída con ese man.

En esos casos, la guial que sufría los efectos de la goma, le ordenaba que le lavara su ropita interior y es que la chichi estaba convencida que Bobo era un loco inofensivo. Pero, de vez en cuando, notaba que el idiotón se quedaba embobado viéndola cuando ella se acomodaba el brasier, que era bastante pequeño y atraía la mirada lujuriosa de Bobo, que luego desviaba los ojos para evitar que lo sorprendieran en tan sabrosa contemplación.

Selena notaba que se le perdían los pantis. Le daba a Bobo unos diez pantis para que se los lavara con jabón perfumado y este le devolvía ocho. ¿Dónde se quedaban los otros? Ese era un misterio. Cuando le preguntaba a Bobo decía que no sabía.

Lo que ignoraba Selena era que dentro de Bobo había un volcán en erupción de pasiones contenidas a punto de estallar. Y el día llegó cuando llovía torrencialmente y Selena le dijo que se quedara acompañándola porque hacía mucha tormenta y esos rayos y truenos le daban miedo.

La guial se acostó en la única cama que había en el cuarto y Bobo se sentó en el sillón, pero el man no podía dejar de admirar las curvas del cuerpo joven y de carnes firmes de la guialcita.

De pronto, el diablo entró en Bobo y ya no pudo contenerse. Y saltó sobre Selena, sobándola por partes muy delicadas y prohibidas. La guial gritó pidiendo auxilio, pero nadie la escuchaba por el ruido de los truenos. Entonces, Selena se acordó que su difunto padre guardaba un machete en una esquina del chantin. Echó mano del mismo y le atizó unos tremendos planazos, porque no quería matarlo y no le dio con el filo. Bobo lloraba como un nene y Lotario acudió a ver que pasaba y puso orden en el zafarrancho. Bobo estaba ingobernable y Lotario tuvo que quitárselo a golpes, y como ya se había declarado un peligroso enfermo sexual, lo llevaron donde el doctor Esculapio, quien ayudado por la enfermera Florence Nightingale, lo amarró y lo condujo al manicomio, donde Bobo no cesa de llamar a Selena y a veces la confunde con las bellas y sexis enfermera y doctorcitas, y estas tienen que encerrarse con llave en los consultorios mientras los enfermeros, exluchadores, le vuelven a poner la camisa de fuerza. Tome nota.


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