Viva - 16/7/12 - 04:10 AM

El Vidajena

Por: Redacción -

En el patio limoso de la vieja casa de inquilinato había una guialcita muy virtuosa, muy correcta e incapaz de serle infiel a su quitafrío. Si alguien hubiera organizado el concurso para escoger a la mujer perfecta, esa hubiera sido Helen.

Por ser una mujercita tan recta, sin ninguna mancha en su pasado o en su presente, era admirada y respetada en el patio limoso, cosa rara, porque en esos lugares donde reina la envidia y el egoísmo, le cogen tirria a la persona que tiene cualidades superiores.

Helen, además de estar colmada de virtudes, era toda una belleza, poseedora de un cuerpazo de curvas exquisitas y de un rostro bellísimo. Ella no necesitaba vestir en forma provocativa para ser sexi. Es que toda su persona era de una exquisitez admirable.

El afortunado quitafrío de semejante dechado de perfecciones era nada menos que el mulato Josafat, negro con dientes de oro que al reír parecía el mismo diablo, pero Helen lo amaba y cuando alguna vecina se expresaba mal de su amorcito, ella lo defendía a capa y espada.

Josafat era un maestro en el arte de la albañilería, por lo cual era el obrero mejor pagado en la construcción y quien gozaba de alta estima entre los demás trabajadores de aquel rascacielos que están levantando por el área bancaria.

Tenemos que decir que el negro era un buen marido, muy cumplidor con sus obligaciones. Por eso, Helen lo idolatraba. Pero, el man tenía un defecto. Era más celoso que el pasiero Otelo y no podía gozar a plenitud de los placeres de la vida pensando que cualquier vecino que le hablara a la preciosa Helen tuviera intenciones de goloseársela.

Cuando sus compañeros organizaban una improvisada fiestecita donde hubiera guiales complacientes, él se excusaba y se iba directo al chantin. Y mientras iba en el metrobús deseando llegar pronto al chantin, pensaba que podía sorprender a Helen en brazos de cualquier pelafustán del patio limoso.

Y este pensamiento lo llenaba de ira y juraba que si eso ocurría era capaz de matar al que se goloseaba a su paisito. Y es que en el fondo, el pacierazo sabía que tuvo una suerte loca al conseguir una guial blanquita, de cabellos castaños y ojos grises, una extraña combinación, que era algo así como un tesoro caído del cielo.

Por este motivo sabía que iba a quedar desolado, triste, sufriendo una cabanga que lo llevaría al borde de la locura si Helen se fuera con otro y el sí que era capaz de seguirla por tierra y por mar.

Hasta el momento ninguna vecina le había cogido tirria a Helen. Pero, no tardaría en aparecer una envidiosa de la dicha de la guial junto a Josafat y ya se deben imaginar ustedes quien era: Sedoína. Esta perversa mujer a quien sus paisanos chiricanos la botaron de Las Lomas a pedradas, se la veló a Helen, pero no se atrevía a atacarla abiertamente porque había oído decir que Helen era buena tirando la mano como cualquier man.

Sedoína se puso a regar por el patio limoso que Helen se veía con Carabalí, el negro ladronazo buscado por la policía secreta, por el FBI, por la Sureté de Francia, por Scotlando Yard de Inglaterra, por el MOSSAD de Israel, por el DAS de Colombia y por el Cheka de Rusia.

Sedoína estaba dispuesta a sembrar la discordia entre Helen y su adorado Josafat. También ligó a la guial con Lotario, el negro de buen corazón, el que tenía la rara cualidad de llevarse bien con todo el mundo.

Y como Lotario visitaba a sus vecinos en sus chantines y tenía permiso para abrir las rejillas de estos, Sedoína, para acabar con la felicidad de la pareja, esperó a que Josafat llegara cansado del trabajo y le contó que la que él creía la mujer perfecta, se entendía con Lotario, y que corriera hacia el chantin para que los sorprendiera en íntimo coloquio.

Dio la casualidad que en esos momentos Helen se había acostado después de cocinar la paila de mondongo y Lotario estaba comiéndose un plato hondo y hablaba con la guial. Josafat interpretó aquello como un acto de infidelidad, un queme por parte de su mujer y sin pensarlo dos veces, le entró a trompadas a Lotario, quien sabe mover las manos y se formó el barrio de trifulca en el chantin. Tumbaron pailas, ollas, sartenes y principalmente regaron el mondongo por el suelo, lo que hizo aparecer a toda una jauría y gran cantidad de gatos que dieron cuenta del sabroso alimento. Finalmente, se cansaron de tirar la mano y fueron llevados ante el doctor Esculapio, quien los atendió en compañía de su bella enfermera Florence Nightingale. Nadie acusó a nadie y por ahora ha vuelto la armonía, y la que ha sufrido es Sedoína, porque al aclararse el


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