Viva - 24/7/12 - 08:31 PM

El Vidajena

Por: Redacción -

La pasiera Agueda estaba pasando el Niágara en bicicleta. Había sido abandonada por su quitafrío porque parece que este tipo de historias lacrimosas suelen repetirse con harta frecuencia. Ella fue muy feliz mientras estuvo unida a Clemencio, quien de clemencia no tenía nada. Es que Agueda estaba enamorada de ese man y aunque viviese en medio de privaciones, le dio tres comearroces que andaban revolcándose en esos juegos que son de antaño y también de esta época. Ella estaba cansada de decirle al pasiero que le consiguiera un chantin en San Miguelito, por más humilde que fuese, donde pudiera vivir más cómodamente.

Pero Clemencio tenía sus propios planes, los cuales no incluían a Agueda. El pasiero siempre tuvo gran atracción por el mar y como no tenía trabajo fijo, sino que ganaba camaroncitos por ahí, cuando un viejo lobo de mar, ya conocido de ustedes, le preguntó si le gustaría embarcarse en su barco Nautilus, el tipo se puso más contento que un cholo encorbatado. Clemencio hizo una acción canalla. Se embarcó sin decirle nada a su mujer.

El barco partió del puerto de Vacamonte a navegar por los siete mares. Cuando Agueda lo supo, sufrió un soponcio y si no es por sus dos vecinas Saco 'e Sal y Régula, la pobre mujercita hubiese cantado el Manisero.

El tiempo pasaba y no tenía noticias de su maridito al que todavía seguía amando y sentada en un taburete bajo el palo de mamón, esperaba al ausente con una paciencia parecida a la de Job, y temiendo que una ballena se hubiera tragado al pasiero tal como le sucedió a Jonás. Esta guial tiene tantos conocimientos sobre aquellos sucesos que relata la Biblia porque, para reconfortarse y hacer más llevadera la ausencia del que se fue, se sumerge en las enseñanzas del libro sagrado.

Y se preguntarán ustedes, ¿qué ha sido de Clemencio? ¿Cómo la estará pasando en el barco del capitán Nemo? Pues se las está viendo negras. El capitán Nemo es muy estricto con la disciplina a bordo. Los marineros acostumbraban a meterse tragos a lo escondido, imaginando que estaban acompañados por las estrellas de cine, rubias, de ojos azules, pero las únicas que veían era a las sirenas de cuerpos esculturales que navegan junto a la nave haciéndoles mil coqueterías a los marinos. Ellos las veían más lindas a causa del licor que se habían tragado. Y cierto día, el capitán Nemo descubrió a lo que se dedicaba Clemencio con sus colegas, relajando la disciplina a la que eran tan adicto Nemo, quien tenía una misión secreta que cumplir en una isla desconocida, donde le habían dicho que había un tesoro escondido por unos piratas, allá por el siglo XVIII.

El capitán Nemo, quien es un marino muy malvado, mandó a azotar a los que se emborrachaban y veían sirenas en el mar y desde entonces, Clemencio anheló regresar a su chantin del patio limoso a los brazos de Agueda y hasta extrañó a sus hijos, que antes le importaban un poroto.

A todo esto, los pelaos habían enflaquecido y no se habían muerto de hambre porque Régula, ahí bien que mal, les daba su plato de mondongo en los tres golpes.

Cierto día, Régula, quien trabaja como aseadora en el edificio cercano al chantin de doña Marquesa, la multimillonaria, quien le preguntó un día si en el patio limoso había una guial que deseara trabajar como sirvienta, porque como siempre sucede, la que tenía había salido encinta de un taxista y tuvo que ir a dar a luz en el interior. Régula le recomendó a Agueda, quien de esa forma vio mejorar su vida, porque la doñita Marquesa tiene un corazón de oro. Le daba comida para que alimentara a los pelaos y Agueda comía a cuerpo de rey en casa de los millonarios y es que los empleados en aquel chantin comían de todo lo que refinaban los patrones: filete mignon, caviar, bebían champaña, pero con moderación; de postre les metían a los dulces más exquisitos que preparaba un experto cocinero y dulcero. De vez en cuando la guial se daba sus paseos por el parque Omar o parque Gallego, y una tarde en que llevaba a pasear al perro Leoncito se encontró con un licenciado que iba a leer al templo del saber cercano y este la hizo su querida. Mientras, el barco del capitán Nemo encalló en la isla del tesoro, y los marineros cayeron en manos de una tribu de caníbales.

Dicen que encerraron a los marinos para ir comiéndose a estos desafortunados uno a uno.

Los indios, reunidos en asamblea general, decidieron dejar a Clemencio, por ser el más gordito, como postre. En eso estaban reunidos, y llegó otro pirata de esos mares y destruyó la aldea indígena a cañonazos y liberó a Nemo y a todos en el momento preciso en que sazonaban a Clemencio para comérselo. Así, Clemencio regresó a su chantin y cuando entró por el zaguán, Régula le dijo que se fuera porque ya Agueda tenía reemplazo, era querida de un man de plata. Este man, al darse cuenta de que Clemencio andaba rondando por la vieja casa de inquilinato lo amenazó con llenarlo de plomo si continuaba merodeando por ahí. Y Clemencio está pensando volver al mar porque don Nemo está preparando otra expedición en busca del tesoro. Sí, señores. Tome nota.


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