El Vidajena
La pasierita Ramona, una guial tan linda que doña Marquesa, su patroncita, tenía celos de ella porque sus vecinos en los Altos del Golf decían que esa cholita era demasiado bella y sexi y que una preciosidad como Paris Hilton le hacía los mandados.
Doña Marquesa tenía mucha razón para sentir celos por esta cholita, de ojos verdes y con un cuerpo como lo debió tener la diosa Venus al salir desnuda reclinada en una concha de las espumas del mar. Por algo, Ramona, la sirvienta fuera de serie, se sentía la mamá de Tarzán.
Pero esta cholita era muy exigente al tener maridito. Cuando iba a los bailes típicos de los fines de semana les decía a los parejos que pretendían mover el esqueleto al son de la cumbia caliente, que formaran fila y que tuvieran chenchén en la mano, porque ella era exigente. Primero la cosa era por turno, de ahí la fila y para bailar con ella tenían que pagar.
¡Ah!, y no dejaba que la manosearan mucho mientras bailaban la cumbia. Solo les permitía esa confianza a los pasieros que elegía su corazoncito. Y les decía a los manes que la pretendían que primero tenían que llevarla ante el padre-cura y en la iglesia de su pueblo interiorano, para así, darles envidia a las otras cholitas que no habían tenido oportunidad de casarse con un man capitalino.
Y es que las cholitas se desvivían por venir a la gran ciudad y poder conseguir un negrito salsoso, preferiblemente que cantara reggae y fuera maleantón. Y ella elegiría a su negrito para ir a casarse al interior, aunque sus