Viva - 10/8/12 - 07:44 PM

El Vidajena

Por: Redacción -

Cuando el pasiero cholito de nombre Gildardo conoció a la bellísima interiorana Gervasia, se enamoraron desde el primer momento. Gildardo quedo ñampeado con la cholita, quien era de tez muy blanca, cabellos castaños, dentadura perfecta y el cuerpazo de curvas sinuosas, con una boca fresca que invitaba al beso.

Cuando terminó el baile fueron a refinar comida china, que ahora cuesta un ojo de la cara porque los chinitos se aprovechan al máximo de la oferta y la demanda del libre mercado. Como estaban tan enamorados, decidieron acabar de pasar la noche en un residencial muy concurrido ubicado por la Avenida Cuba.

Conversaron largamente hasta que se filtraron por la ventana las primeras luces de nuevo día. Gervasia se sobresaltó porque se le había pasado la hora de levantarse. Ella laboraba en una casa de gente rica por Punta del Este y tenía que prepararle el desayuno a los pelaitos para que estuvieran listos para cuando llegara el bus escolar a buscarlos.

Se despidieron con un beso muy prolongado y quedaron en verse a la noche siguiente en un parquecito de las cercanías del palacete donde la guial agachaba el lomo.

Cuando volvieron a conversar, Gervasia quiso ser franca con el pretendiente a quitafrío y le dijo que tenía dos comearroces y que eso no iba a ser problema cuando se juntaran, que solo pedía que le pusiera un chantin en un patio limoso, que ella no era exigente, que le amueblara el cuarto pobremente. Que los rapaces se los había enviado a su madre allá en el pueblo interiorano de Las Flores, en las tierras altas chiricanas.

Gildardo agachaba el lomo en una fábrica de las afueras y ganaba un buen chenchén porque había aprendido mucho en el tiempo que tenía en la empresa, gracias a que era muy observador, y lo principal, que era muy honesto y nunca llegaba tarde.

El pasiero sacó cuentas y vio que no tendría que gastar mucho porque Gervasia tenía a sus comearroces bien lejos, si acaso le pasaría algunos rúcanos para que le mandara a su mamacita para ayudarla en los gastos de los herederos de miseria.

Lo que no sabía Gildardo era que su quitafrío le había jugado vivo. Apenas quedo instalada como dueña del hogar en el chantin, llamó a su madrecita y le pidió que le trajera los dos rapazuelos, que ahora había cogido un quitafrío que le parecía un poco boboleto y que no pondría obstáculos si traía dos bocas más para que le metieran al mondongo que nunca hacía falta.

Al principio, Gildardo pegó el grito al cielo y le reprochó a la hembra su falta de sinceridad, pero cuando la hembra le gritó que el que quiere a la gallina tiene que querer a los pollitos, y que si no le gustaba enviaría de vuelta a los comearroces y regresaría al trabajo. Al final, Gildardo aceptó criar a los rapazuelos y es que estaba tan enamorado de Gervasia que sufriría mucho ante la falta de las sabias y experimentada caricias de la cholita, sobre todo en estas noches en que está haciendo tanto frío.

Gildardo estaba tan ñampeado por la guial que todos los sábados que cobraba le entregaba a su peor es nada el sobrecito amarillo repleto de billes para que ella los administrara como le diera la gana.

El pasiero marido se estaba arruinando porque tanto Gervasia como los hijastros y su parentela comían mucho, pero mucho mondongo, y la quitafrío tenía que comprar hasta diez libras diariamente para que alcanzara para llenarle el buche a toda su familia que la visitaba.

Antenoche fue la tremenda discusión que degeneró en un sangriento barrio de trifulca. El man le reclamó a Gervasia que lo estaban arruinado. Que su familia comía mucho. Y la guial, defendiendo a su familia, abofeteó al man y le gritó que se fuera del chantin, que ella podía buscarse otro quitafrío que no fuera tan mezquino. El pasiero ripostó dándole un sólido trompón. Como era de esperarse, los parientes de la hembra intervinieron e hicieron una masacre con Gildardo, y solo pudo salvarse de cantar el manisero por la oportuna intervención de la ronda policial integrada por tres agentes del sexo femenino muy guapas y sexis. Y así terminó aquella unión que prometía durar para siempre. Tome nota.


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