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Miércoles 7 de febrero de 2001



Veinte ni�os drogadictos

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Hermano Pablo
California

Fueron veinte ni�os. Ni�os cuyos nombres no dio la polic�a y cuyas edades oscilaban entre los diez y los catorce a�os. Ni�os que carec�an de padres, o cuyos padres se hab�an desentendido de ellos. Ni�os sin juguetes, sin deportes, sin hogar y sin escuela.

Veinte ni�os que detuvo la polic�a de Cochabamba, Bolivia, por dedicarse al robo y al consumo de la coca�na y sus derivados. Ni�os a los que, a falta de otro apelativo, se les llama simplemente �polillas�. Veinte ni�os que, como dijo un periodista, �s�lo tienen por destino la muerte por tuberculosis, o por una cuchillada o por una bala policial.

La polic�a tambi�n detuvo a dos hombres y a una mujer, acusados de proveer droga a esos ni�os y de usarlos en el robo para pagar el consumo.

Noticias como estas, a fuerza de ser repetidas, van perdiendo impacto y eficacia. Ya sean ni�os de Cochabamba o de Hong Kong, de Buenos Aires o de Madrid, de Nueva York o de Tokio, la prensa habla de lo mismo pr�cticamente a diario.

�Y d�nde comienza el problema de los ni�os drogadictos? Por regla general, comienza en sus propios hogares. Se debe a la indiferencia del padre, o a la pobreza de la madre, o a la miseria de la casa, o al clima de violencia y furia que respiran, pero lo cierto es que a estos ni�os los expulsan, los lanzan, de sus propios hogares a llevar la vida de la calle.

Lo dem�s lo hacen esos insensibles hombres y mujeres que, por h�rrido inter�s monetario, no vacilan en explotar a los peque�os.

La polic�a que trabaja activamente en tantos pa�ses logra apresar a uno o a otro de los narcotraficantes y a desbaratar uno que otro cargamento de marihuana, morfina o coca�na. Pero el inmenso tr�fico sigue y es ya como una marea incontenible, que amenaza engullir lo �ltimo de decencia y bondad que queda entre los hombres.

Quiz� los hombres de conciencia cristiana no puedan detener el tr�fico de estupefacientes ni la aparici�n continua de ni�os y de j�venes drogadictos. Pero s� puede, y esta es su santa obligaci�n, velar por sus hijos y sus hogares.

El cuidado de nuestros hogares, al velar por su integridad moral, es lo que Cristo demanda de nosotros. Y Cristo, s�lo Cristo, tiene el poder para ayudarnos en la tarea.

 

 

 

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