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Sábado 13 de mayo de 2000



Aprendamos del reino animal

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Hermano Pablo

Eran compañeros de infancia. Se habían criado juntos, y les había enseñado el mismo tutor. Juntos habían recorrido varios países en los que habían trabajado. Incluso habían aparecido en varios circos y películas. Pero el tiempo, finalmente, los cubrió con su manto blanco, y ya viejos, Garth y Percy se jubilaron juntos en un zoológico. Porque Garth y Percy eran dos hipopótamos.

En un mes de agosto unos vándalos mataron a Percy de un tiro, y su compañero Garth nunca se consoló de su muerte. Un año después, en una gran tormenta, Garth se quedó obstinadamente a la intemperie y cayó fulminado por un rayo. Expertos en psicología animal dicen que su muerte fue voluntaria.

En el libro de los Proverbios el sabio Salomón nos enseña que aun los animales pueden servirnos de maestros. En un conocido pasaje nos exhorta mediante la lección que da la hormiga sobre la haraganería: "¡Anda, perezoso, fíjate en la hormiga! ¡Fíjate en lo que hace, y adquiere sabiduría!" (Proverbios 6:6).

Eso mismo debemos hacer en el caso de los hipopótamos. La lección es clara. Si entre los animales existe lealtad y afecto, ¿por qué será que entre nosotros los seres humanos hay tanta desconfianza y celo y odio? ¿Por qué nos hacemos daño el uno al otro? Los amigos se traicionan por la menor razón. Los hermanos se odian a muerte por bienes raíces. Los padres abandonan a sus hijos, y los hijos deshonran a sus padres.

Un viejo hipopótamo pierde a su camarada en un acto vandálico y nunca se consuela. Al año de la muerte de su compañero, busca voluntariamente su propia muerte. ¿Qué tienen los animales que nosotros los seres humanos no tenemos?

La respuesta debiera ser la vergüenza más grande de la raza humana. El reino animal, que no conoce odio, se rige por instinto. En cambio, el reino humano se rige por raciocinio. Es triste que sea más leal un animal que un ser humano. ¿De dónde viene la predisposición a odiarnos los unos a los otros? Viene del pecado que reina en nosotros. El mal no está en nuestra cabeza sino en nuestro corazón.

¿Quiere eso decir que la raza humana está destinada a odios y traiciones y matanzas y guerras? En sentido general, sí. Pero no en sentido individual.

Jesucristo nos ofrece la alternativa de un nuevo nacimiento, un cambio radical en nuestra naturaleza, un nuevo corazón. Y eso es lo que ocurre cuando le entregamos nuestra vida. Él quiere y puede cambiar nuestro corazón.

Entreguémosle nuestra voluntad. Rindámosle nuestra vida. Regresemos al Dios que tanto nos ama. Él será nuestro Señor y nos dará un nuevo corazón. Nuestra vida entera cambiará.

 

 

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