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Sábado 28 de agosto de 1999


MENSAJE
El mensaje de la sangre

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Hermano Pablo
Cr�tica en L�nea

Era un nombre de var�n, breve y sonoro. Un nombre que, con s�lo pronunciarlo, evoca im�genes de los cuentos �rabes de �Las mil y una noches�. Un nombre que hace pensar en la Mezquita de Omar, y en aquel Califa del mismo nombre que quem� la Biblioteca de Alejandr�a por contener libros contrarios a la fe musulmana. El nombre era �Omar�.

Pero en este caso el nombre, Omar, estaba escrito con sangre humana en la pared de una rica residencia de Mougin en la Riviera Francesa. Lo hab�a escrito la millonaria Ghislaine Marchal, herida de muerte por su jardinero Omar Raddad. Ese solo nombre, escrito con sangre, fue prueba suficiente para arrestar y condenar al jardinero. Los diarios franceses que dieron cuenta del suceso lo llamaron �El mensaje de la sangre�. Y en verdad, fue todo un mensaje, y toda una acusaci�n, escrito con la sangre de una v�ctima inocente.

Si hay un elemento en el cuerpo humano que por s� solo posee elocuencia, es la sangre. La literatura universal menciona infinidad de veces la sangre: �sangre ardiente�, �sangre heroica�, �sangre inocente�. Incluso, de un buen caballo de carreras se dice que es �de pura sangre�.

La Biblia nos habla de dos sangres que tienen, cada una, un mensaje extraordinario para la humanidad. Son ellas la sangre de Abel y la sangre de Cristo. Ninguna otra sangre tiene tanta elocuencia y tanto significado.

La sangre de Abel -dice la Biblia-, la primera v�ctima del odio religioso, �reclama justicia� (G�nesis 4:10). En cambio, la sangre de Cristo �limpia de todo pecado� (1 Juan 1:7). La sangre de Abel, el justo, pide venganza; la sangre de Cristo, el Salvador, pide perd�n para todos los hombres.

Si no comprendemos el prop�sito del sacrificio de Cristo, tampoco podremos entender la raz�n por la que vinimos a este mundo. Todos hemos venido a este mundo para vivir, es decir, para cumplir en vida el prop�sito de haber nacido. Con Cristo fue todo lo contrario. �l cumpli� el prop�sito de su venida con su muerte. De s� mismo �l dijo: �El Hijo del Hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos� (Mateo 20:28).

La muerte de Cristo, el derramamiento de su preciosa sangre, fue el �nico prop�sito de su encarnaci�n. �l vino para morir en expiaci�n por nuestros pecados. Somos eternamente salvos mediante su muerte. Nuestra salvaci�n descansa en la muerte de Cristo. Aceptemos ese favor divino. �l muri� por nosotros.

 

 

 

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