OPINION


Cuando se juzga que la calamidad viene de Dios

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Por Hermano Pablo
Reverendo

El 19 de septiembre de 2001, apenas una semana después del ataque terrorista contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono de Washington, el periodista estadounidense Cal Thomas, en su columna publicada a nivel nacional, se pronunció acerca del tema en un artículo titulado "Cuando se juzga que la calamidad viene de Dios". He aquí la primera parte de su comentario:

"... la semana pasada dos dirigentes religiosos... dieron a entender que los ataques terroristas se debieron al juicio de Dios....

"No son ellos los primeros en vincular el castigo divino a acontecimientos temporales. Abraham Lincoln dijo que la Guerra Civil estadounidense se debió a la esclavitud y a que los Estados Unidos de América se habían olvidado de Dios y estaban intoxicados de un éxito ininterrumpido, y se sentían demasiado orgullosos como para orar al Dios que nos creó. Alejandro Soljenitsyn dijo que el comunismo ahogó a la Unión Soviética durante siete décadas porque su pueblo se había olvidado de Dios.

"En la medida en que las calamidades, ya sean naturales o provocadas por los seres humanos, nos llevan a la reflexión y a reorganizar la vida de tal modo que ese mal nos impulsa a hacer el bien, hasta el horror [del 11 de septiembre] puede tener efectos redentores y de ese modo personas inocentes no habrán muerto en vano....

"Hay otras interrogantes. Cuando el apóstol Pablo visitó la antigua ciudad de Corinto, prevalecía una inmoralidad desenfrenada. El culto a Afrodita fomentó la prostitución en nombre de la religión. En determinado momento, según [la edición de estudio de] la Nueva Versión Internacional de la Biblia, "mil prostitutas servían en su templo". �Acaso no bastaba ese estilo de vida para que Dios enviara un meteorito que arrasara la ciudad? Sin embargo, a pesar de semejante maldad, Dios no envió su juicio sino que envió a su Hijo en el acto de amor más grande que jamás se haya visto. "Si bien ese mismo Libro sagrado trata acerca de un juicio final en el que todo el mundo tendrá que comparecer ante Dios, así como advierte sobre las consecuencias inmediatas del pecado -desde la enfermedad física hasta la angustia emocional y la muerte-, también dice que Dios "no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan" (2 Pedro 3:9).

 

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