OPINION


Por el bigote y la cabellera

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Por Hermano Pablo
Reverendo

Las horas en la c�rcel se hac�an interminables, y de igual modo los d�as y los meses. Y Karni Bheel, bandido de Nueva Delhi, India, aburrido de estar en la c�rcel, no hallaba c�mo matar el tiempo. Fue entonces cuando, para entretenerse, comenz� a hacer dos cosas: hacer marcas en la pared se�alando los d�as que iban pasando, y dejarse crecer el bigote.

Con el tiempo las marcas cubrieron casi toda la pared, pero lo m�s curioso fue su bigote. Este creci� hasta llegar a batir el r�cord mundial: dos metros setenta cent�metros de largo. A Karni Bheel le encantaba su incre�ble bigote. Pero eso lleg� a ser su ruina, pues otros presos en la misma c�rcel lo sofocaron con su propio bigote, y luego lo decapitaron.

Esta historia policiaca de la India nos recuerda otra historia: la historia b�blica de Absal�n, el hijo del rey David. Absal�n era hermoso, alto, rubio. M�s hermoso que ninguno. Su orgullo especial era su cabello. Las mujeres, j�venes y ancianas, suspiraban por su cabellera.

Pero huyendo a caballo en cierta ocasi�n en que fue derrotado en una batalla, su cabellera qued� enredada en las ramas de un �rbol. All� qued� colgado, y all� lo mataron a flechazos. Lo que era su mayor orgullo fue tambi�n su muerte.

Lo que se vuelve objeto de codicia lleva en s� el germen de la muerte. Hay hombres que dedican muchas horas al d�a haciendo ejercicio f�sico para tener un cuerpo perfecto. Hay mujeres que pasan horas enteras en tratamientos especiales para no perder su belleza. Otros aman su dinero y sus posesiones. Otros aman su t�tulo acad�mico o su posici�n social. Otros aman sus talentos: voz, arte, destreza.

Todo eso, practicado sin mesura, se convierte en dioses que tarde o temprano esclavizan. Quienes lo hacen olvidan que por ese amor propio exagerado, ese narcisismo, sacrifican algo de mucho m�s valor que sus bienes y t�tulos y posici�n social y alcurnia. Sacrifican sus virtudes, su conciencia, su dignidad y su alma.

Cualquier cosa de este mundo que absorba por completo nuestro inter�s, cualquier cosa que ocupe todos los aspectos de nuestra vida, ir� opacando la visi�n de nuestro esp�ritu.

 

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