La preocupación generalizada en la ciudadanía y los sectores productivos del país sobre los altos precios del combustible está tornándose ya en desesperación.
Lo que más descorazona a los panameños no es tanto que la gasolina de 95 octanos haya sobrepasado los B/.4 el galón (hasta B/.4.25 en algunas estaciones de la ciudad capital), ni que el diesel está más caro que la gasolina de 91 octanos, sino que todos sabemos que esta alza no viene sola.
En las próximas semanas podemos esperar -invariablemente- nuevos aumentos en productos básicos, alimentos, y a mediados de año, a la energía eléctrica; todos generados por los nuevos récords históricos en el precio del barril de crudo, que se está cotizando en 120 dólares.
Este año y el próximo será crucial para el sostenimiento de muchas democracias en el hemisferio. La amenaza de que la crisis alimentaria en el mundo se extienda a otros países fuera de la lista de 33 naciones identificada por Naciones Unidas, es muy real.
Es una sensación de urgencia que puede palparse, incluso aquí en Panamá. Las multitudes de pesonas humildes repelidos con gas pimienta, en su desesperación por alcanzar una bolsa de arroz "Compita" nos hacían pensar si estábamos viendo imágenes de nuestro país, o de alguna nación africana azotada por la hambruna.
Y no nos engañemos: Expertos del Fondo de Alimentación de Naciones Unidas ya han advertido que la crisis alimentaria no se acabará temprano. De seguir las tendencias alcistas de la gasolina, y nuestros gobernantes de América Latina no ponerse los pantalones para tomar las medidas necesarias para asegurar nuestra soberanía alimentaria, la región se dirige exactamente hacia ese escenario de hambre que hemos visto muchas veces en el continente negro.