El pueblo panameño otorgó un mandato contundente al empresario opositor Ricardo Martinelli Berrocal para asumir la Presidencia de la República. Nunca antes un candidato recibió la cantidad de votos que logró el candidato de la Alianza por el Cambio, en las pasadas elecciones.
El oficialista Partido Revolucionario Democrático (PRD) recibió una derrota aplastante y no sólo perdió el Palacio de Las Garzas, sino el control de la Asamblea Nacional de Diputados y la principal alcaldía del país.
El ganador es un hombre que no surge de los partidos tradicionales, algo que no había ocurrido en 105 años de historia republicana.
La cantidad de votos logrados por Martinelli lo obligan a ejercer un gobierno eficiente y transparente que cumpla lo que prometió para no desencantar a los panameños que confiaron en su propuesta.
Escoba nueva barre bien reza el dicho y es lo menos que espera el país frente a tantas expectativas. Ahora corresponde preparar la transición y seleccionar a los mejores talentos disponibles para integrar el Gabinete y las diversas instituciones.
Respecto al PRD, su dirigencia debe hacer un análisis profundo frente a la catástrofe política que sufrieron. Después de los comicios de 1989, ésta ha sido la peor derrota sufrida por ese colectivo.
Sin duda que ahora unos a otros se culparán de lo ocurrido. Una derrota era previsible, pero no en la magnitud a la registrada. Hay quienes vaticinan que vendrá la noche de los cuchillos largos en las filas del PRD. Lo cierto es que hay al menos cuatro corrientes plenamente identificadas: la de Martín Torrijos, Juan Carlos Navarro, Ernesto Pérez Balladares y Balbina Herrera, quienes de seguro entrarán en pugna por el control del colectivo.
En medio del dilema perredista, hay que resaltar la necesidad de una oposición vigilante que sirva de fiscalizador de las acciones de la administración de Martinelli, pero sin incurrir en acciones extremas tendientes a afectar la gobernabilidad del país.