El terremoto de 6,2 grados ocurrido en Costa Rica y las inundaciones que al finalizar el año pasado asolaron Bocas del Toro y Chiriquí deberían motivar un replanteamiento de los objetivos de la política económica.
La devastación del ambiente por parte de los llamados asesinos ecológicos ha ocasionado una implacable respuesta por parte de la naturaleza y los eventos climáticos dejan un macabro saldo de víctimas humanas y pérdidas materiales.
La defensa de la naturaleza debe dejar de ser un movimiento de soñadores y poetas para convertirse en un asunto de Estado o, de lo contrario, la destrucción del planeta no será ya un asunto de ciencia ficción.
En el caso de Costa Rica, la tala indiscriminada de árboles ha dejado las montañas y buena parte del territorio, sin protección suficiente para evitar la erosión y los deslizamientos.
Tal vez no pueda evitarse totalmente la devastación, por lo que se impone establecer políticas de protección, con rígidas penalizaciones para no convertirnos en víctimas de los castigos de la naturaleza.
El ecosistema se mantiene en una evolución constante para poder equilibrar el intercambio de energías interiores y exteriores y debemos tener conciencia del efecto que la actividad humana puede ejercer sobre el entorno.
El mundo se enfrenta, no solo a una crisis financiera, sino también ecológica y si no entendemos que la segunda es más difícil de revertir, es mejor encomendarse a Dios para evitar los embates de la naturaleza.
En nuestro país hemos visto cómo se utilizan las áreas protegidas para construir proyectos hoteleros y turísticos y en esa vorágine de progreso destruimos los manglares y los cauces fluviales y playas sin el menor remordimiento, acabando de paso con la vida de esos ambientes.
Si no ponemos la economía al servicio del ambiente y protegemos la vida en el planeta, nos estaremos aproximando un verdadero Apocalipsis. Dios nos ha enviado este mensaje a los ticos y a los panameños, debemos ponernos inmediatamente en acción.
