"Papelillo" atraviesa silencioso la calle sin mirar a los lados, totalmente incomprensible, su aspecto de apóstol se trastoca con las largas garras en pies y manos y colora'os ojos. Gruesos pliegos doblados de papel entre los dedos de los pies, le hacían caminar sobre los talones. La espalda desnuda deja ver un manto de un finísimo moho.
Sale del fondo del callejón lateral a la Carnicería de TITO, me recuerdo acompañando a mamá a comprar las tres libras de huesos para la sopa; que encantador sitio: los trozos de carne cuelgan en jirones de los ofensivos ganchos brillantes, bajo el mostrador... gigantescos gatos, el negro y tuerto, ni siquiera se inmuta conmigo.
El callejón... en ese lugar se había refugiado por años "Papelillo"; en una ocasión me atreví a entrar, rogando no encontrarlo. Angosto y altísimo, extraños dibujos adornaban a ratos las paredes mientras me adentraba en cortísimos serpenteos, en las entrañas fétidas del viejo edificio.
De nuevo mí abuela me grita desde afuera... "Tu tía nos espera en Casa Roma", donde nos ganábamos algún dinero barriendo, allí nunca vi a nadie... todo era silencioso y las paredes emanaban una extraña y mentolada frescura.
Pero en el patio... siempre evité el peso de su soledad; en su centro, como esperando, un Santo de yeso de tamaño natural. No podía ignorar el profético parecido con "Papelillo", salvo por las garras y los ojos rojos; mi abuela que me narra viejas historias, con la parsimonia del que cuenta sus pasos al caminar, como buscando lo perdido, me dijo que el antiguo dueño del caserón, un italiano, lo había traído... desde entonces les temo.
TODO PASO AYER...
Como si estar entre nosotros le agotara y lo desmenuzara por terrones, le encontraron queriendo regresar a su Reino de Caminos Ondulantes. Pero no pudo... alguien se lo impidió.
Al amanecer le encontramos con un hueco en la frente, de espaldas sobre la acera... Los pliegos de papel habían caído de sus dedos.
Pocos días después desaparecería también el Santo de yeso del patio.
Sorteando los trozos quebrados de botellas incrustados en el borde de una tapia, el gato negro y tuerto, por primera vez... reparaba en mí.