Las escenas presenciadas ayer donde panameños se toman la justicia con sus manos, los descomunales cierres de calles y las agresiones hacia particulares, nos revelan que las pasiones están desbordándose.
Ese tipo de hechos ponen en peligro la insipiente democracia, la paz, tranquilidad y serenidad, que debe imperar en el país.
Es preocupante que las personas pretendan abrirse paso a punta de pistola. Al mismo tiempo, las organizaciones en huelga deben garantizar que sus bases respeten la propiedad privada y la integridad de terceras personas.
Un país tan pequeño como Panamá no puede caer en esos terrenos de la violencia, que uno sabe cómo comienzan, pero nunca cómo terminan.
Las reformas al sistema de seguridad social constituyen un tema sensitivo. La Caja de Seguro Social vive una crisis real y no aceptarlo sería irresponsable.
Los grupos adversos a las reformas sin duda lograron un gran apoyo, pero hay que entender que la nación no puede vivir en una huelga y en tranques infinitos. La jornada de lucha cívica se puede desarrollar en otros estadios, que no afecten a la economía del país, porque estaríamos perdiendo hacha, calabaza y miel.
Hay que recuperar la sensatez y la tolerancia. No se puede permitir que el protagonismo de lado y lado, ciegue a los actores de este drama que vive la nación.
Lo más correcto es abrir canales de diálogo. Que el gobierno, sindicatos y gremios sin plantear precondiciones establezcan los puentes necesarios, para que la nación vuelva a la normalidad. Mantener la posición de "todo o nada", no favorece a nadie. Señores, es necesario un alto, de lo contrario nos vamos a joder todos.