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Sábado 19 de junio de 1999


MENSAJE
El beso de la muerte

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Hermano Pablo,
Costa Mesa, California

E
ra un caso de vida o muerte, y había que actuar rápido. Si no, el pequeño animal moriría. Así que Paul LaFonte, francés de treinta y siete años de edad y amante de los animales, procedió a hacer la resucitación boca a boca.

Sin embargo, el animal moribundo no era un cariñoso gatito. Era una pequeña cobra recién traída de la India. Había sido pisada por un automóvil al sacarla de la jaula, y por no dejarla morir, Paúl sopló aliento en los pulmones del oficio.

La cobra revivió, y lo primero que hizo fue clavar sus colmillos en los labios de su salvador. Los diarios de Avignon, Francia, al comentar el caso, concluyeron: "El beso francés entraña peligros, pero el de este hombre fue el más mortal de todos".

Este no ha sido el único caso de un beso mortal. En los novelones que se publicaron a principios de siglo era común que dos amantes decepcionados se suicidaran mutuamente bebiendo el mismo veneno, tomándolo el uno de la boca del otro.

Hay otros besos que así mismo hieren, estropean, golpean y matan, por ejemplo, los que empinan la botella de licor porque ya ni los grandes vasos los sastisfacen, y sorben locamente trago tras trago. Ese beso que le dan a la botella resulta ser, para muchos de ellos, un beso mortal.

Los chiquillos que, por seguir el ejemplo de los grandes, consiguen un cigarrillo de marihuana y se lo pasan el uno al otro, están también causándose la muerte con el beso que dan en la maldita aspirada.

Lo mismo ocurre con los que se inyectan una jeringa hipodérmica. El beso fatal que se dan con la aguja, no con los labios pero sí con las venas, no sólo los deja endrogados, sino que por la transmisión tan frecuente del virus del SIDA también les resulta ser un beso mortal.

El que besa la boca de la mujer ajena está también dando un beso de muerte. El adulterio es la muerte del matrimonio. Podrá parecer dulce en el momento, pero es un beso mortal.

Las ambiciones deshonestas, así como las pasiones desenfrenadas, son fuego y son veneno. Ceder a ellas es ceder a un beso mortal.

¿Cómo podemos evitar ser víctimas de esta clase de beso mortal? Haciendo de Cristo, y de sus leyes morales, el patrón de nuestra vida. Es que si Cristo es nuestro Salvador, si El es nuestro Señor, si El es quien motiva todas nuestras acciones, nos veremos entonces libres de toda mala consecuencia. Permitamos que Jesucristo sea el Señor de nuestra vida. El nos salvará de todo beso mortal.


 

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