MENSAJE
Demada contra los padres
Hermano Pablo
Costa Mesa, California
El juez David Barnet, contempló
la demanda que tenía sobre su estrado, y luego miró largamente
al demandante. Este era un hombre pequeño, contrahecho, con una enorme
desviación de la columna vertebral y una voz muy distorsionada a
causa de la malformación de su cuello y su garganta.
El hombre estaba presentando una demanda por daños y perjuicios.
¿Contra quién hacía la demanda? Contra sus propios
padres. Los acusaba de haberlo traído al mundo en las condiciones
en que él se encontraba. "El feto -decía él en
su argumento-, tiene derecho a nacer sano y normal. Mis padres tienen la
culpa de no haberme formado mejor".
El profesor Henry Nadler, especialista en genética, de la Universidad
de Chicago, dijo en un artículo científico que cada día
son más demandas puestas por hijos que culpan a sus padres por la
desgracia que los aflige.
Qué culpa tienen los pades de que un hijo nazca así? Los
padres nunca desean un hijo deforme. Al contrario, el sueño de ellos
es tener un hijo sano, inteligente, hermoso y normal. Si la culpa le correspondiera
a los padres, éstos a los tatarabuelos y así sucesivamente,
cada generación podría acusar a la anterior de todos los males
que padece. Por fin llegaríamos al principio de los principios y
acusaríamos a Dios mismo de ser el culpable de todos los males que
hay en el mundo.
Esta filosofía distorsionada de la vida se debe a que la raza
humana ha perdido toda noción de quién es Dios y qué
es la responsabilidad personal. Lo cierto es que Dios hizo al hombre, y
lo hizo libre. Dios puede ejercer influencia sobre él, pero nunca
se impone sobre su voluntad. El decide si le hace caso a esa influencia
divina, pero siempre tiene la libertad de escoger el camino que quiere.
Por eso sufre tanto. La raza humana cosecha lo que siembra, y a veces esa
cosecha viene en forma de horribles tragedias físicas, como en el
caso del hombre que puso la demanda contra sus padres.
Hagámonos amigos de Dios. Supliquémosle que venga a morar
en nuestro corazón. Digámosle que estamos dispuestos a rendir
nuestra voluntad a la suya. Así por lo menos la semilla que sembremos
nosotros será buena.
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