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Hay individuos que tan pronto alcanzan una posición en el engranaje gubernamental, se "marean". La cuota de poder que obtienen se les sube a la cabeza y los vuelve medio locos.
Por lo general se trata de sujetos con personalidades débiles, afectados por inseguridades y complejos, que los llevan al abuso de poder; a la presunción vana (lo que comúnmente conocemos como "pantallar"); y a tratar con desprecio al que, de acuerdo con su criterio fatuo, "no es nadie". Cuando se ven obligados a abandonar el cargo, se deprimen y sufren complicaciones nerviosas.
Un gobierno anterior nombró a una dama, redactora de escritos periodísticos seudo intelectuales, en un altísimo cargo público. Tuvo que comenzar a ejercerlo para que emergiera "su otro yo". Groserías, arbitrariedades y comentarios altisonantes fueron la tónica de su gestión. Afortunadamente, sólo duró un año en el puesto.
Hace poco una alta funcionaria, más interesada en figurar que en hacer bien su trabajo, armó un escándalo en un aeropuerto extranjero, durante una misión oficial. Vergonzosos fueron los gritos e improperios que emitió contra el personal de seguridad de ese país amigo. La susodicha se olvidó de que representaba a Panamá y su actuación dejó muy mal al Gobierno y al Estado panameño.
Los funcionarios públicos deben ejercer sus cargos con dignidad, humildad, civismo y probidad. Deben entender que son servidores públicos, no sátrapas. Y la ciudadanía debe demandarles un comportamiento decoroso o exigirles la renuncia. |
