Iniciando los ochenta, hubo un "pandemónium" porque me atreví a montar en el Teatro Nacional "Los Chicos de la Banda" de Mart Cronwley. Tabú era el tema donde nueve homosexuales, se disputaban el espacio físico, causando tal revuelo que los periodistas, a radio y la televisión, la ayudaron a transformar en una verdadera bomba. La obra fue un éxito. Resultando a la postre, la mejor del año.
Hoy, 25 años después, queda demostrado que "todo cambia", el Teatro en Círculo que en ese entonces se permitía transformarse en Junta de Censura, admitiendo sólo las obras que tuviesen finales felices y almibarados, hoy, permiten en sus tablas soltar los personajes que traen, coordinar sus experiencias sueltas, sus estructuras, donde se busca el entendimiento desde la palabra, hasta la acción física. Eso fue lo que vimos cuando cuatro individuos transforman "trío" en el más espectacular montaje en muchos años, precisamente en el Teatro en Círculo.
Un joven "teatrero", quien sólo había compartido la parte técnica conmigo en un par de obritas, se deja caer la máscara y nos permite encontrar a un señor-muchacho con agallas refrescantes y una visión que asusta. Los movimientos de sus personajes son coherentes, dispuestos, brillantes. Nos propone lo que hacía mucho tiempo no veíamos, unas pausas "hinchadas" cargadas de emoción, acariciadora de sentidos. Nos deja entrever que la memoria emotiva pertenece a otra época, nos hace ver que los mismos tienen una respiración parecida y que el escenario es exactamente la vida, que es la interpretación de la vida.
Todo arte es ficticio y hay que transformarlo en verdad. Félix Gómez, Teresita Mans y Marko se incrustan visceralmente en busca de la potenciación de la imaginación, la energía y el coraje, entendido todo ello como elemento de síntesis, equilibrio y oposición. Félix Gómez, nuestro joven actor, lleno de energía en cada actuación nos deja parte de su piel con gracia, talento y una excelente potencialidad en su característica gesticulación graduándose, si ya no lo ha hecho en maestro. Se mueve, ríe y es único, no se basa en "qué tengo que sentir para actuar" sino en "qué quiero y qué tengo que hacer para conseguirlo".
Teresita Mans, quien vuela en escena, posee para sí con egoísmo singular la sinergia de su trajo actoral, fuerza avasalladora en su verbo y en su "conversa sardónica y mordaz" en ocasiones flexible, precisa, transforma cualquier detalle en imagen.
Marko nos ha tatuado la imagen del "ratón de teatro", mago, propietario, director, actor, en este último oficio nos ha dado el sabor del obrero que apuntala todo, desde el cartón escenográfico hasta un texto súper sabido que en ratos pareciese que sólo lee y bien leído no deja nada que lo haga vulnerable. Localiza con "lupa" un personaje rompedor de "las buenas costumbres" sin renunciar al control de lo que siente, se entrega a lo imprevisto dejando volar su imaginación cuando casi al final de la historia dice: "se van porque quieren"
Me pareció obsceno que la imprudente luz se hiciese tiniebla cuando Carlos y Virgilio iban a sellar el compromiso de su hermosa intimidad. Fue una noche que disfruté a plenitud por la excelencia del texto, la dirección y las actuaciones de estos espléndidos colegas.
